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Argentina Argentina · Buenos Aires
Críticas de Krohnchips
Críticas 4
Críticas ordenadas por utilidad
8
9 de marzo de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acabo de terminar de ver The Lost Weekend y estoy desvastado. Siento culpa, impotencia, tristeza; todas las emociones me brotaron sin haberme movido del sillón. Alguno pensará que acabo de ver una película horrible, pero no, pasó todo lo contrario.

The Lost Weekend es una novela de Charles R. Jackson que Billy Wilder adaptó junto al guionista Charles Brackett. La estructura del film es más bien clásica. Don Birman (Ray Milland) nos relata su frustrada carrera como escritor, cómo conoció a su novia Helen St. James (Jane Wyman, ¡Oh hermosa Jane Wyman!) y cómo vive pensionado por su hermano Wick Birman (Phillip Terry). Pero todo esto importa poco, la película trata sobre otra cosa.

A lo largo del film acompañamos a Don Birman en su frustrada lucha contra el alcoholismo. Incansable, busca botellas en viejos escondites, empeña sus pertenencias para poder tomar más, se retuerce de dolor, sufre, transpira, miente y engaña a su novia y a su hermano que hacen lo imposible para ayudarlo.

Billy Wilder logra introducirnos en la angustia del personaje de forma progresiva. Tomando recursos expresionistas tales como ángulos de cámara e iluminaciones poco naturales, arma como un arquitecto una sucesión de secuencias dramáticas con un ritmo tal, que cuando nos queremos dar cuenta, estamos sufriendo junto a Don por tener la próxima dosis. Recuerdo haber sentido algo parecido en Umberto D (Vittorio de Sica, 1952), donde la progresión dramática del personaje es similar, para terminar con aquella famosa escena donde Umberto, totalmente solo, pierde interés por la vida.

The Lost Weekend es una película sobre la lucha, sobre la dificultad de la vida misma; es una historia donde nos sentimos un alcohólico más tratando de limpiarse, tratando de cumplir nuestro sueño de ser escritor y poder estar en paz con nuestra querida Helen.
Krohnchips
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2
22 de junio de 2016
13 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mundo cambió desde que Will Smith se sacrificó para salvar a la humanidad. Los humanos estudiaron la tecnología alienígena y durante 20 años se prepararon para la siguiente invasión. Ahora deben enfrentarla. Roland Emmerich se ha convertido en aquel director genérico dispuesto a filmar cualquier tanque hollywoodense que se le cruce por el camino. En Día de la Independencia: Contraataque, con una narrativa lavada, recursos efectivitas y previsibles, lo hace una vez más. Toda película es una producción artística. Cabe preguntarse qué se desprende de un relato que apunta a lo espectacular y está fuertemente vinculado a la celebración de la independencia estadounidense. La primera respuesta aparece en el útil sobre-estímulo “emmericheano”, herramienta para adormecer y volver al espectador permeable al discurso. Como en su precuela, la película construye la salvación en la figura de los héroes. Esta vez hay un discurso que llama a la solidaridad y la unión para combatir al mal, lo que contradice la propuesta narrativa que construye a los personajes como ejemplos de salvación individual. La aglomeración de golpes bajos, discursos banales, escapes satisfactorios, vínculos entre personajes forzados y sentimentalismos hechos a las patadas hace que la película sea fallida en su totalidad. Todos vimos Día de la Independencia antes de haberla visto. La falta de originalidad de Hollywood es alarmante y la repetición de antiguas formas y fórmulas, moneda corriente. Así estamos.

(Nota publicada originalmente en Revista Veintitres: http://www.veintitres.com.ar/article/details/68000/la-alarmante-falta-de-originalidad-de-hollywood).
Krohnchips
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5
19 de mayo de 2016
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los avances en la tecnología digital permiten una consigna que aprovecha al máximo el director Bryan Singer: romper todo. Siguiendo ese mandato, la nueva película del mundo Marvel no escatima a la hora de hacer volar por los aires absolutamente todo lo que aparece en el camino de los “mutantes”. Podría justificarse pero, en este caso, eso es un problema.

La grandilocuencia acompaña a Charles Xavier (James McAvoy) y a sus X-Men en la aventura de frenar el apocalipsis de la mano de En Sabah Nur (Oscar Isaac). ¿Cómo lo hacen? Comprendiendo el valor de sus poderes, conociéndose a sí mismos y canalizando sus habilidades a través de la guía del Profesor. Expresado de este modo, pareciera que la película se centra en cómo los personajes se transforman y adquieren la sabiduría necesaria para combatir el mal. Pero ahí es donde el afán de “romper todo” se convierte en un problema. Singer descuida el proceso esencial de desarrollo de los personajes –apoyándose en la construcción de las cinco películas previas– y le quita autonomía al relato. Su enfoque está más bien orientado al espectáculo, a hacer saltar del asiento, satisfacer las pulsiones primarias y sobrecargar la pantalla de luces de colores.

Aún así, no es tan terrible. El buen ritmo del relato hace que los 143 minutos de duración se hagan llevaderos y entretenidos. Sin dudas, es una película obligada para los fanáticos de la saga, aunque es posible que termine olvidada en el fondo de la retina de todos aquellos que son ajenos.

(Nota publicada originalmente en Revista Veintitres: http://www.veintitres.com.ar/article/details/62970/rompan-todo)
Krohnchips
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8
26 de diciembre de 2017
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de estrenar “Jimmy's Hall” (2014), Ken Loach anunció su retiro de la pantalla grande. Con sus casi 80 años, las fatídicas jornadas de rodaje lo tenían cansado y quería bajar el ritmo de vida, dedicándose a telefilms o documentales es de menor tiraje. Sin embargo, el avance los gobiernos de derecha y el consecuente avasallamiento a clases trabajadoras, provocaron su regreso.

Ken Loach es conocido por su militancia trotskista. Él mismo ha dicho que el cine es una extensión de una ideología en forma pragmática. Entonces cabe preguntarse cómo puede hacer un director de cine para desarrollar temáticas de orden social sin convertir sus películas en panfletos militantes para un público reducido. En esto es fundamental el rol del guionista Paul Laverty, dupla creativa de Loach desde 1996 en adelante.

“I, Daniel Blake” (2016) cuenta la historia de un carpintero de 59 años que se ve obligado a pedir una asistencia social debido a problemas de salud. En su lucha contra la burocracia estatal, Blake recorre todos los caminos posibles para solucionar las trabas que le pone el gobierno, porque en definitiva, lo que él quiere, es trabajar. En ese andar, Loach hace énfasis en la solidaridad de los pares, pero también en la necesidad de individuos que funcionan como actores para que la burocratización sea efectiva. Loach y Laverty creen que la comprensión de los procesos históricos, refiriéndose a la conciencia de clase en tiempo presente, siendo el individuo actor y partícipe de su propio proceso, se logra por medio de una identificación emocional.

Por esa razón, propone una película que sensibiliza al espectador exponiendo las consecuencias de un sistema que obstaculiza la asistencia. Es habitual es uso de la metonimia en figuras familiares, relaciones de amistad, y sobre todo en relaciones laborales, para dar parte de conflictos sociales más amplios y complejos.
Se suele decir que este tipo de cine es efectista y sensiblero, que busca apelar al golpe bajo como recurso moralizante. Y en parte es cierto, ya que la subjetividad del realizador tiene una orientación muy clara y sin otra posible interpretación. La ideología, la empatía, desde la subjetividad del espectador, darán como resultado la sensación sensiblera, o por otro lado, un acercamiento visceral.

El cine de Ken Loach busca dejar un mensaje político y utiliza los recursos del cine clásico para hacerlo. La narración suele enfocarse en el objetivo de la claridad y la continuidad del relato de la forma más ágil posible. Es difícil encontrar una película de este director donde las herramientas formales se visibilicen. Porque el objetivo está puesto en la identificación profunda y directa, en la empatía de los conflictos y, sobre todo, en las relaciones vinculares.

“I, Daniel Blake”, como tantas otras películas de Ken Loach, denuncia al sistema que deja por fuera a las clases trabajadoras, pero al mismo tiempo, en ese doble trago entre amargo y dulce, busca generar la fuerza para luchar. Porque si algo sabe hacer bien, es emocionar, y donde hay una emoción, hay un mensaje
Krohnchips
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