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España España · Oviedo
Críticas de Sícoles
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Críticas 27
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
8 de abril de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Volver a los valores del Spider-Man de 2002 me ha venido bien.

Me atrajeron los violines desde el logo de Columbia. Rótulos gamberros, música estalagmita del Hombre Elfo. Qué créditos.

La responsabilidad lo abarca todo. Hasta el cazurro de Jameson protege al chaval que acaba de conocer y timar. Hasta la suavidad de Peter cuando posa el cuerpo de Norman sobre el diván.

Histriónica, sucia en comparación con las de hoy, con brochazos de terror (se nota, y mucho, de dónde viene Raimi) e incómodamente cursi. Y el director, a muerte con ello. Procuro encajar todas las facetas de la película como parte de su identidad.

Dafoe se lo pasa en grande, y nosotros con él. A JK le bastan dos minutos para sacarse el bigote. Kirsten Dunst radia vitalidad en sus encías. Tengo que ver Las vírgenes suicidas.

Caerá de cajón, pero es entretenidísima. Con lo que me cuesta concentrarme últimamente y ha pasado volando.

Como curiosidad, dos cameos de actrices famosas que nunca antes había advertido:
- Octavia Spencer es la mujer que inscribe a Peter en el concurso de lucha libre;
- Lucy Lawless (supongo que le hizo un hueco Raimi, porque ya había trabajado con él) aparece en los créditos como «Punk Rock Girl». Sale en un montaje a mitad de película con otros ciudadanos de Nueva York que dan su opinión sobre Spider-Man. Ella dice: «Guy with eight hands. Sounds hot».
Sícoles
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9
2 de agosto de 2023
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Pasión, pasión. Experimentos como este le llevan la delantera a las grandes obras concienzudamente concebidas, porque aquí la energía no se corta y te traspasa hasta la médula. Punk con la melosidad de una balada romántica. Joya joven y morbosa.

Malas calles, malos hábitos, atracciones fatales y responsabilidades asfixiantes. Un puto huracán de cine de autor y de cine soñador.

Así es como ha pasado por mis venas. Puro disfrute».



Eso escribí en mi diario el otro día, pocos minutos después de ver As Tears Go By. Teclearlo literalmente me parece la manera más veraz de transmitir el estado de embriaguez que sentí durante el visionado. Ahora me resulta casi imposible recordarlo con claridad o escribir de una forma tan desinhibida.

En efecto, el debut de Wong Kar-Wai me transportó a otra dimensión durante cien minutos. Desde el primer fotograma de neones y vapores —a lo Blade Runner— reflejados en las pantallas de un edificio, la película destila la magia del mejor cine, el que notas en el pelo erizado y en las sienes, en ese orden. Qué luces, qué música, qué colores, ¡qué todo! ¿Cómo es posible que la tilden de ejercicio de novato, de primer intento, etcétera etcétera? Esta genialidad sería la obra cumbre de miles de cineastas. Obviamente, OBVIAMENTE, Wong Kar-Wai firmaría trabajos mejores, pero este ya está a la altura de otras películas primerizas como Blood Simple o la seminal Mean Streets.

Quizá exagere. Por suerte, la he vivido de esta manera.
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Sícoles
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8
5 de abril de 2023
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decía el recién fallecido Jean-Luc Godard que para hacer una película solo se necesita una chica y una pistola. Richard Linklater dejó claro que si se trata de amor lo único que hace falta es un chico, una chica y una ciudad por la que pasear. Esta esencia de «Before Sunrise» la comparte «Rye Lane», el cortito (siempre se agradece) debut en el largometraje de la directora Raine Allen-Miller.

Los referentes no se encuentran tanto en Linklater como en la filmografía de Richard Curtis, icono de la comedia romántica británica de los últimos 30 años. La influencia del guionista no se oculta; es más, se señala explícitamente con un estupendo cameo. «Rye Lane» se enorgullece de ser muy inglesa, hasta el punto de incluir más de un guiño cinematográfico a «Fleabag».

Londres Sur es el escenario perfecto para una película que conoce las convenciones del género, las cuales cumple y rompe en distinta medida. «Rye Lane» muestra una cultura urbana viva, expresada principalmente en su puesta en escena: el colorido en el vestuario de los protagonistas, en las calles, en los edificios; también la magnífica iluminación en unos baños (el cenital que abre la película) o en un bar de karaoke. Brilla un estilo visual abigarrado que se corresponde, estoy seguro, con el de una cierta parte de la juventud londinense actual. Hasta los títulos de crédito transmiten esa energía juvenil desobediente, traducida también en formas novedosas de narrar: cuando Dom (David Jonsson) le cuenta su relación pasada a Yas (Vivian Oparah), ella se convierte en espectadora del relato, y viceversa. En esta misma línea, los personajes se inventan historias que detienen momentáneamente la acción, digresiones donde la comedia liga bien por inesperada.

Aunque me gusta más por lo romántico que por lo cómico, la película de Allen-Miller aguanta por su sentido del humor agudo y benigno. Hay varias escenas que podría mencionar; la que recordaré seguro es la cita en el restaurante con la exnovia del protagonista, en la que se luce uno de los secundarios. Si bien el concepto detrás del personaje no es tremendamente original, cualquiera de las intervenciones del mejor amigo resulta memorable. No me convencen demasiado, eso sí, algunos diálogos simplones entre los protagonistas, sobre todo en la primera secuencia.

La dirección de «Rye Lane» tiene un estilo propio y muy moderno. Llaman la atención esos trávelin por las calles en los que la imagen se dobla, parecen rodados con una GoPro. También el uso del plano imposible —el «Plano Breaking Bad»—, como el de la nevera en casa del exnovio de Yas. Las decisiones de la directora varían mucho y aportan frescura a la cinta. El movimiento de la cámara por momentos es espectacular; deslumbrante cuando se sube a la moto con los personajes, envueltos en las luces de la ciudad.

La reflexión sobre las relaciones y la juventud es central en la película. Genial la escena en que los dos imaginan sus futuros mientras ven a unos ancianos (¿ancianos? Ya no me acuerdo, igual eran adultos sin más) ejercitarse en el parque. El conflicto entre las relaciones personales y la temprana vida laboral, típico del cine romántico, aparece igualmente en la cinta. Aunque al final —y a pesar de la importancia de estos temas más o menos universales—, «Rye Lane» destaca por representar una colectividad y una generación específicas. Celebra la vida y la apariencia física de los jóvenes negros que retrata. Hay un énfasis en filmarlos de cerca, sin miedo a mostrarlos tal como son, y en esto se desmarca claramente de las comedias románticas en que se inspira. Forman parte de la idea que tenemos de los personajes sus exagerados gestos de alegría, sus muecas de confusión y su vestimenta estridente. Sobre todo, resulta curiosa la fijación en sus bocas (desde la exposición del principio), más concretamente en sus labios.

Guardaré un recuerdo cariñoso de «Rye Lane» porque fue el primer largometraje que realmente me entusiasmó del festival. La comedia romántica es el mejor género con las peores películas, y merece la pena disfrutar al máximo de las buenas. Esta es una de ellas.
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Sícoles
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5
3 de febrero de 2023
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
AdirondACTS es un campamento de teatro para niños que se organiza todos los veranos con recursos muy limitados. Cuando la directora Joan (Amy Sedaris) sufre un ataque cardiaco y entra en coma durante una representación, la administración del campamento pasa a manos de su hijo Troy (Jimmy Tatro), un joven influencer sin ningún interés en las artes escénicas, que tratará de evitar la bancarrota y consecuente absorción de AdirondACTS por una empresa vecina. Ajenos a los apuros económicos del campamento, los instructores, liderados por la longeva amistad de Amos (Ben Platt) y Rebecca (Molly Gordon), comienzan a preparar una función en honor a Joan.

Rocambolesco planteamiento, sin duda. «Theater Camp» empieza fuerte, desplegando una comedia agilísima. Los chistes se suceden uno detrás de otro en un intercambio más verbal que visual. Al principio, muchos llegan en forma de texto, impreso sobre pantalla en negro, una técnica que demuestra ser tremendamente eficaz y se recupera al final. Los primeros minutos establecen un tono amigable, de buenrollismo ante la adversidad, que se mantiene durante casi todo el metraje.

Y aquí está el problema. Llega un punto en el que, al menos para mí, la comedia empieza a cansar y te sientes como en una fiesta de la que te quieres marchar cuanto antes. Los chistes ya no pegan de la misma manera y el reparto está tan histriónico que hasta le coges manía. Entiendo que la comunidad retratada en el filme, la dedicada al «drama» (así es como se conoce en inglés), exige esta faceta exagerada de los personajes, pero no comulgo con ella.

No dejo de pensar que simplemente es una película dirigida a un sector del público concreto, al que obviamente no pertenezco. Dicho en términos más feos, que no entro en el target del producto. Tampoco estoy tan seguro de que esta sea la razón por la que la película falla; el caso es que después hablé con una chica estadounidense que, precisamente, había ido a campamentos de teatro de niña, y sus impresiones habían sido parecidas a las mías.

La pasión de los actores se ve, de eso no cabe duda, pero no alcanza a los no iniciados en el tema. Por la presencia de Ben Platt, me viene a la cabeza «Pitch Perfect», una película que sí logra transmitir esa pasión. Poca broma, es toda una hazaña que cuatro chiflados por el canto a capella —o por lo que sea— te hagan comprender su locura y te involucren como espectador. En «Theater Camp» lo tienen todo a favor para emocionar: al fin y al cabo, se trata de artistas, comediantes, que improvisan y se sacan historias del aire con su imaginación como única materia prima. Sin embargo, conforme avanza la película más te distancias de ellos.

El estilo de la película es medio falso documental; queda bien para lo que quieren contar. En general, bastante indie: planos detalle y cámara en mano esporádica. Hay un montaje de los niños bailando muy estimulante, del tipo «secuencia de entrenamiento». De los pocos momentos que recuerdo de puro cine, de abrir la boca como un bobo.

Sí observo en la película un sentido de comunidad que funciona. En el campamento, todo el mundo es una drama queen, como dice el bueno de Marty Hart. Lo normal es lo estrambótico, lo queer, la creatividad al servicio de nada (hay una escena en la que los niños son camareros en una cena de inversores e interpretan personalidades extrañas para hacerlo más llevadero) y la expresión desmesurada de las emociones. Por resumirlo en un chiste, un chico hetero al que le gusta el fútbol americano tiene que jugar a escondidas. Este humor basado en la conciencia de comunidad y en la inversión de las «reglas» del mundo real resulta muy acertado.

El conflicto central de «Theater Camp» se encuentra en la amistad de los dos instructores a cargo de escribir la obra teatral, Amos y Rebecca. Carece de la suficiente fuerza para sustentar la película; no obstante, en sus discusiones se aprecia alguna decisión interesante a nivel cinematográfico. Glenn (Noah Galvin) es otro personaje relevante: se encarga de la iluminación, pero su verdadero sueño es actuar en el escenario. Ninguno de los personajes termina de convencer. Creo que si hubieran habilitado algún otro momento dramático me habría implicado más en la historia. Pero en fin, qué sé yo, la mayoría de la sala se lo pasó bomba.
Sícoles
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7
25 de enero de 2023
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
El radical es el símbolo de las raíces cuadradas que se estudian en sexto de primaria. Radical es el método de enseñanza de Sergio, el profesor sustituto que llega a una escuela primaria de Matamoros, México. Radical es, por supuesto, la violencia de la localidad que habitan los personajes. Y radical, drástico y desde la raíz, será el cambio que provoque el maestro en las vidas de un grupo de niños.

Tuve la suerte de ver este largometraje antes de su estreno oficial, en una proyección para voluntarios y personal días antes de que el festival comenzara. A uno se le escapan ciertos detalles del diálogo en inglés sin subtítulos, por lo que recibí una gran alegría al enterarme de que se trataba de una película mexicana. Por este motivo y por mi experiencia en general, probablemente valoraré esta y películas sucesivas fijándome más en lo positivo.




El primer filme del festival es familiar en tanto que gustará a todo tipo de público. Encaja fácilmente en el género «profesor marca la vida de unos estudiantes», al que pertenecen películas tan memorables como «El club de los poetas muertos» o «School of Rock». «Radical» también resulta familiar (cómo estoy con las polisemias) para los que vimos «CODA», ganadora en la edición de Sundance de 2021. En aquella, Eugenio Derbez ya interpretaba el papel de profesor excéntrico y bondadoso; un papel que le va como un guante.

A mí «CODA» me encantó, incluso tratándose de una cinta limitada por códigos rígidos del coming-of-age. No tan hilarante como esta, «Radical» adolece de los mismos problemas, los que acarrea el estar considerablemente atado a un género. En ocasiones los diálogos suenan algo trillados, y ciertos personajes y situaciones se fuerzan o exageran para acentuar el mensaje. La película busca descaradamente la lágrima y la consigue, pero no deja el poso de la emoción genuina, esa que te llevas contigo. Sobra algún momento lacrimoso y faltan más escenas auténticas como la de la tina o la de los niños simulando el movimiento de los planetas. Esta última me trae recuerdos de Ruben y los niños de la comunidad sorda de «Sound of Metal», y me conmueve de la misma forma.

«Radical» comienza prestando atención al detalle (el surco que deja una silla arrastrándose en la arena, las patas de un caballo cruzando un puente) a través de técnicas variadas: un desenfoque revelador, un encuadre subjetivo para conocer al protagonista y mucho cuadro dentro de cuadro para los niños. Contribuyen al derroche estético un par de planos secuencia —uno sigue el zigzag de una moto y el otro a un personaje adentrándose en un territorio hostil— que fluyen como la espuma. Aunque el director parece olvidarse de este estilo por momentos, escenas como la de la barca vuelven a levantar el vuelo. Se utiliza puntualmente un truco muy típico del cine latinoamericano, el de situar la violencia fuera de campo. En este caso, el recurso funciona tanto en lo artístico como en lo económico.

A nivel narrativo, lo más innovador de «Radical» es su estructura. El argumento principal se incrusta en una denuncia social solemne, la historia de verdad, contada con apenas tres escenas: la primera, una hacia la mitad y la última. Un muchacho y una pieza de vestuario sirven de sinécdoque y representan las carencias de todo un país. Sugiere que el relato esperanzador de la película es solo la excepción de un lugar en el que los niños nunca podrán exprimir su potencial, porque nunca tendrán quien se lo muestre ni los recursos para ello.

Porque de esto va la movida. De aprender a pensar, a creer en uno mismo y ser capaz de imaginar otro futuro, todavía una página en blanco. Paloma le agradece a Sergio haberle dado eso, algo que no le pueden quitar. Va de conocer los límites, pero no fiarse tanto de ellos, y es que una vez se flota ya es posible echar a volar. Y, por qué no, también habla de la amistad, de una cerveza optimista con un colega en la terraza, y de ser un poco payaso y un poco rebelde con lo que te rodea. No importa lo blandas que sean, apoyaré siempre estas películas melcochosas si siguen transmitiéndome estas ideas y regalándome un buen rato de risas y lloros.
Sícoles
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