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España España · Vigo
Críticas de trici
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
8
13 de enero de 2018
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace poco me enganché a Vikingos, una serie del canal Historia, y esta vez sí tuve la sensación de estar viendo una ficción que tiene un cuidado especial con respecto a una época y cultura. Cabe mencionar que se toma muchas licencias y que gran parte de lo que nos presenta es invención, pero también que en su intención se encuentra mantener la esencia de la leyenda y la historia conocida del pueblo vikingo. El simple hecho de exhumar lenguas muertas como el nórdico y el francés antiguo o el sajón, o conseguir que nadie eche de menos los famosos cascos de cuernos, hace que se pueda ver de otra forma una civilización de la que se tienen más interrogantes que certezas.

Es evidente el impacto visual que genera con su dirección artística y el peso que ésta tiene en el resultado de la ficción. Un proyecto enfocado en la parte más artesanal de la puesta en escena con la intención de evitar la artificialidad que puede generar la postproducción. Con esta idea en mente, Vikingos crea un mundo propio que cobra fuerza con cada imagen.

Melenas, heridas y tatuajes:
Esta nueva generación de imagen vikinga se apoya en la agresividad de los estilos. Aunque el laborioso trabajo que llevan algunas de las melenas no se adecúa a una realidad de la civilización vikinga, tanto mujeres como hombres son retratados con una poderosa imagen marcada por unos peinados que generan muy acertadamente ese look salvaje propio del pueblo guerrero. Ficción y realidad se enfrentan en un conflicto del que sale airosa la fantasía con la espectacularidad por bandera.

En el caso de las mujeres, personajes de la aldea como Aslaug o Helga muestran sus largas melenas sueltas, al tiempo que las guerrera Porunn, y en especial Lagertha, lucen unos peinados complejos marcados por la ostentosidad. En el caso de los hombres, la licencia se extendió hasta incorporar unos diseños pertenecientes a una cultura prácticamente hermana: la de los normandos del s.VIII. Las largas barbas y trenzas son claves para crear, junto con las melenas, una imagen fiera, símbolo de identidad de la serie. Una apuesta inteligente que no desprestigia la historia, sino que ayuda a imaginar a un pueblo en el que todo tiene una fuerza provocativa.

La agresividad de la violencia tiene bajo sus pies un cómodo colchón en forma de cosméticos. Una serie de estas características siempre se apoya en un gran trabajo de maquillaje que consigue que resoplemos de dolor desde nuestras casas cada vez que una espada, flecha o hacha atraviesa la ruda piel de los luchadores. El diseño de tatuajes y su acentuación en determinados personajes junto con la marca de distinción del maquillaje vikingo, hacen dar un paso más en la repercusión del departamento en la historia.

Pequeños-grandes detalles:
Los peinados vikingos no son los únicos elementos en los que la serie decidió primar la ficción sobre la realidad. El vestuario se caracteriza por la ausencia de fidelidad, anteponiendo la calidad, la elaboración o incluso los tejidos y colores, el impacto visual. La ropa de los personajes es un componente que en este caso, una vez más, ayuda a formar una imagen que da forma a un relato provocador.

Vestuario ficticio, estilo irreal, grandes licencias… A estas alturas es difícil comprender en qué punto Vikingos le hace un favor a la cultura nórdica. Desde mi punto de vista, es en el guion donde aparece la mayor parte de la indagación y el deseo de abrir esa parte menos notoria de los vikingos al mundo.

El peso de lo real recae en elementos de gigantesca importancia entre los que se reparte el protagonismo en cada escena. El modo en el que la confección de telas está presente en las tareas de las mujeres da significación a un trabajo sin el que la navegación a vela, y la consiguiente conquista de Europa, no serían posibles; el valor de los símbolos y joyas con los que se representan ritos de gran consideración tanto en la vida como en la muerte; o la importancia que le han devuelto a los escudos, muchas veces poco considerados en su función, haciéndolos relevantes en cada batalla y apoyados por la vistosidad de los colores y diseños. Parece que una batalla ya no es épica hasta que alguien ruge entre la multitud: “ShieldWall!!” seguido de un profundo gruñido que profieren los guerreros antes de entrar en formación defensiva.

Violencia y muerte no son los únicos atributos que la serie le concede a la sangre. Su empleo se extiende como se extiende su naturaleza y consigue transmitir al espectador la normalización con la que los protagonistas la afrontan. La utilización de la sangre en la cotidianeidad refuerza una sensación que nos aleja del desagrado con el que siempre se relaciona. Su otra cara aparece como parte de la vida en rituales de fertilidad de la tierra o acercando la sensación de devoción y deleite al quedar sus rostros rociados con ella en celebraciones religiosas.

Alcanzando el Valhalla:
Existe una pieza presente en todas las temporadas que acompaña a los protagonistas en su vida y decisiones: la religión. Ésta no solo toma forma en las palabras de los personajes sino que se construye a través de los espacios sagrados, los símbolos o incluso tomando forma humana. La reproducción de sets estrictamente documentados, o el detalle en la elaboración de un ambiente en el que lo místico convive con lo terrenal de una forma natural, es el escenario de partida para un desarrollo en el que el cristianismo e incluso el ateísmo cobran fuerza en una civilización que acabó perdiendo sus creencias ancestrales.

Continúa en "Zona Spoiler"
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
trici
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Dancer
Documental
Reino Unido2016
7.2
808
Documental, Intervenciones de: Sergei Polunin
7
13 de enero de 2018
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando el director Steven Cantor se interesó por aquel joven bailarín que en su día había llenado los periódicos con polémicas declaraciones tras haber dejado la prestigiosa Royal Ballet de Londres, no se imaginaba que iba a profundizar en una personalidad amable y noble, pero que a su vez, estallaba en rebeldía. El resultado es Dancer, un documental que retrata la vida de Sergei Polunin, un chico ucraniano que, sin otra opción entre sus manos, volcó su vida en el ballet sin saber que las circunstancias lo llevarían de cara a la autodestrucción.

En los camerinos, Sergei sonríe a cámara al ingerir de un pequeño bote lo que según él tiene un “efecto de locura” y con lo que “ni siquiera recordar[á] la actuación”. El director sitúa al espectador exactamente en su misma percepción de partida, cuando el llamado “chico malo del ballet” rompía con todas las normas del perfecto y elegante mundo de la danza de alto nivel.

Dancer se alimenta de la personalidad magnética de Polunin, quien con 19 años llegó a ser bailarín principal de la compañía, siendo el más joven en conseguirlo, pero que pronto se sentiría atrapado, expresando que “de algún modo [su] artista interior estaba muriendo”. Su búsqueda de libertad en el estricto círculo enclaustrado del ballet, junto con sus propios monstruos, le llevaron a destruirlo todo para poder a empezar de cero. Recreándose en la imagen que los periódicos se hicieron de él, Sergei se apoyó en esa apariencia llegando a interiorizarla. Sin embargo, el documental deja de lado su naturaleza más oscura para centrarse en su continua lucha con el ballet y con su pasado y presente familiar, intentando reescribir una vida que otros parecían haber escrito por él.

Su exhaustiva documentación, compuesta en gran parte por los vídeos caseros de su familia y amigos y del propio Polunin, acompañada de las entrevistas de todos ellos, retratan cada etapa de su vida de forma atractiva y con una fácil empatía hacia su protagonista, al tiempo que muestran su capacidad, potencial y desmarque a medida que avanza en edad. Sin salirse del mapa, el documental viaja a través de los pasos del bailarín, desde su niñez hasta la actualidad, y por el camino se abre a la complejidad del ser humano, que de un momento a otro lleva a la contradicción y al conflicto interno.

Sergei encontró un nuevo cambio en su carrera cuando el vídeo dirigido por David LaChapelle del que pretendía ser su último baile, se viralizó. Los saltos espectaculares que acompañan a Take me to Church de Hozier consiguen uno de los momentos con más fuerza artística del documental.

Ceñido al género y con un montaje eficaz, Dancer trata con un gran respeto a su protagonista, mostrando una imagen opuesta a la que el mundo parecía haberse hecho de él, aunque en ocasiones la personalidad impredecible de Polunin le quede grande al documental.

Para más críticas y contenido cinematográfico, visítanos en faunacinefila.wordpress.com ;)
trici
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7
13 de enero de 2018
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres preguntas me vienen a la cabeza antes de empezar a escribir esta crítica. ¿Cómo describir Legión de una forma concisa y clara? ¿Cómo hacer entender su contenido mediante esta redacción? y lo más importante, ¿en qué momento decidí escribir sobre algo que se escapa por completo de mis posibilidades como pez auto-reflexivo? Antes de empezar ya puedo afirmar que este no va a ser el mejor artículo para la comprensión o simplemente para la exposición de la serie. Pero ¿quién dijo que deba serlo? Después de verme la primera temporada como quien devora su plato preferido, y a riesgo de que este artículo sea en vano a partir del punto y aparte de este párrafo, he llegado a la conclusión de que Legión es una serie que solo se puede entender inyectando su mezcla explosiva directamente en vena.

Olvidad toda imagen de superhéroe que tengáis en la cabeza, deshaceos principalmente de la saga de X Men, y encontrad un hueco en vuestra mente lo suficientemente espacioso para que entre un poco de caos organizado.

Legión se sitúa en una institución mental, donde su protagonista, David, ha pasado años encerrado y drogado, luchando contra su esquizofrenia. Cuando Syd, una nueva paciente, entra en el centro, su visión con respecto a su vida pasada cambia drásticamente. Éste es el punto de partida en el que la serie comienza a jugar con el espectador en múltiples formas apoyada por la ambigüedad de la realidad a la que lo somete. Empieza por situarnos en más espacios de los que una mente atolondrada por el contenido de la televisión nacional puede entender y en una época de dudosa ubicación situada en algún momento entre los años 70 y un presente de lo más psicodélico-tecnológico.

Si hay algo que hace Legión es buscar sus límites y, pisándolos, atravesándolos o bailando el limbo por debajo de ellos, los sobrepasa. Qué otra historia permite a una serie la locura que pasa del cómic a nuestras pantallas conservando todo el sentido y coherencia que aquella que una mente sobrenatural puede crear; y cómo dejar pasar la oportunidad de incluir en una misma propuesta cinematográfica un baile sacado del Bollywood más fuera de contexto imposible y una secuencia de cine mudo acompañada del Bolero de Ravel sintetizado.

Se podría decir que es precisamente la libertad que brinda una propuesta irracional, la que pone a la serie en ventaja con respecto al espectador, pero que al mismo tiempo, está en riesgo de perderse en su propia maniobra.

Parece que Legión lo tenga todo, incluso aventurándose a que ese “todo” se convierta en “demasiado”. Es en ese riesgo donde está la diversión, y es en ese punto donde entran a jugar aquellos elementos que te guían desde la discreción más notoria: la iluminación, el color y la música. Estos contribuyen a la diferenciación y significación de situaciones sin ningún temor a ser excesivos. De entre la cantidad de información con la que la serie construye su mundo, sobresale un humor inesperado, elemento que incorpora eficazmente un respiro con el que mantener un equilibrio mental en el espectador.

Si quisiéramos comparar esta serie con cualquiera de la saga de mutantes de la Twentieth Century Fox, podríamos mencionar la existencia de un villano. Y hasta aquí su parecido, en la existencia. Los villanos de la saga toman una forma mucho más real y e irónicamente humana de lo que lo hace el monstruo en este caso, más propio de un relato de terror que del mundo de los superhéroes. Una criatura perturbadora que representa a su vez a aquellos monstruos más peligrosos: los que nos formamos en nuestras propias mentes.

Para todos aquellos que sois capaces de digerir la información que cada capítulo ofrece, también disfrutaréis de sus múltiples referencias al cine, tanto clásico como contemporáneo. Yo por el contrario, aún me encuentro descifrando algunas de las pistas que esconden en su planteamiento. Es una serie que consigue mantener la atención, no solo con su complejidad, sino también con el disfrute.

Esquizofrenia explosiva en un show que consigue mostrar lo racional de su irracionalidad, jugando con el espectador y consigo misma.

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trici
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7
13 de enero de 2018
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En su primera película, rodada con su familia como actores y en casa de sus padres, Trey Edward Shults encaja de manera muy interesante una historia con un gran peso en sus personajes principales construidos con autenticidad, con a una propuesta narrativa que en ocasiones semeja un documental sobre la vida salvaje. El comportamiento más animal oculto bajo un bonito disfraz de humano socialmente aceptado.

Si nos adentramos en la jungla es porque pertenecemos a la naturaleza, y como humanos también estamos expuestos al peligro. Krisha es inteligentemente atrevida en estos términos y obliga al espectador a avanzar con su inicialmente desconocida protagonista, y en las profundidades de su frondosa identidad nos encontramos luchando para salir mentalmente cabales. Me gustaría poder hablar de lo que esconde en su interior este personaje que comparte nombre con el de su actriz (Krisha Fairchild), pero sería arruinar parte del camino que creo necesario recorrer.

Entre su compleja relación de personajes, predomina una atenta empatía hacia la mujer, y más concretamente hacia la figura materna, resaltando la incómoda situación que resulta de aquellos deberes que la sociedad ha asociado a la condición de madre, no solo con respecto a sus hijos, sino también con respecto a su posición en relación al resto de la familia. Una visión que no solo emerge de Krisha, sino que se refuerza de manera muy explícita desde el exterior. Y en el camino, no duda en exponer al ridículo ciertas conductas masculinas en sus roles familiares. Esta empatía audaz eleva su complejidad al verse sujeta a comportamientos cuestionables, de los que no se encuentra exenta su protagonista.

El guion describe una situación familiar fácil de asociar a experiencias propias, gracias a la naturalidad con la que está escrito. Este realismo se ve acrecentado por la actuación de su protagonista, que se zampa a su personaje y lo muestra como si hubiera nacido con una cámara enfocándola. Es fácilmente, la mejor interpretación de una actriz no profesional que he visto.

Shults juega a poner al espectador en la incomodidad más absoluta, para poco a poco mostrar las razones de nuestro malestar una vez formamos parte de la familia, y a pesar de que el punto de vista es irrefutable, el juicio lo deja en nuestras manos.

Krisha es incómoda, irritante, molesta y claustrofóbica, al tiempo que es dulce y con una sensibilidad propia que nos lleva al interior de una familia que intenta, no sin dificultad, sobreponerse a sus trapos sucios. Consigue crear una atmósfera propia de las mejores películas del género de terror, sin necesariamente serlo.

https://faunacinefila.wordpress.com/
trici
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8
13 de enero de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
ATENCIÓN: ESTE TEXTO PUEDE CONTENER CONTRADICCIONES, DICCIONES PECULIARES, DESORIENTACIONES VARIAS Y TRAZAS DE PESCADO.

Quizá fue ese cartel de colores saturados y la cabeza rapada de Charlize Theron haciendo sombra al protagonista. No sé exactamente qué me hizo alquilar Mad Max: Fury Road (sí, alquilar ¿vale? Me gusta nadar en aguas tradicionales), pero lo que no me habría imaginado nunca era que una historia de acción me fuera a gustar precisamente por eso, por su acción.

No tengo intención de profundizar en un análisis de guion o en la sorpresa que supuso que un personaje femenino fuerte y con personalidad estuviera escrito para pasarle por encima al ya conocido Max de la saga del mismo director. Poco queda ya del policía encarnado por un joven Mel Gibson a finales de los 70 y de su mundo de motoristas. Pero sí me gustaría remarcar el hecho de haber encontrado una película de acción que es de mi agrado, ya que, normalmente, cuantas más explosiones y coches dando vueltas de campana haya en ellas, menos me interesan. Soy un pez, y el hecho de serlo me hace comer pescado. Sin embargo, Mad Max no hizo más que sorprenderme con sus explosiones y su velocidad, y más me sorprendió aún que fueran precisamente esos elementos los que mantuvieran mi atención. Al final parece que al pez le gusta la carne.

Vamos a rodar una película de acción, dijo George Miller, ¿y qué vamos a necesitar? Pues un desierto en Namibia; dieciocho diseños de vehículos originales diferentes; especialistas para dar y tomar; y por supuesto, al compositor e intérprete de la banda sonora en mayas rojas, colgado de un muro de altavoces y tocando una guitarra que escupe fuego al final del mástil. ¡Dicho y hecho! Bueno, quizá no tan rápido, teniendo en cuenta que los bocetos iniciales eran de 1999 y que su rodaje no comenzó hasta 13 años después. Pero viendo el resultado se puede afirmar que fueron unos años bien empleados. Creo que si se te ocurre coger un cerdo y varios patos reales y hacerlos protagonistas de tu guion (en efecto, George Miller escribió el guion de Babe, el cerdito valiente) estás lo bastante cuerdo como para rodar Fury Road.

La cosa empieza bien, todo son facilidades: que si controlar el polvo generado por unos vehículos gigantescos a gran velocidad en un desierto (la continuidad está garantizada); que si mantener a unos personajes dando saltos por encima de un camión en llamas (la dirección de actores la tenemos dominada, vamos a centrarnos en que no haya que sacarlos de debajo de las ruedas); que si subir a unos especialistas en lo alto de unas barras pendulares ancladas a un vehículo en movimiento (porque somos australianos y vivir entre tiburones y arañas letales no es bastante emoción en la vida); y como esto no es lo suficientemente impresionante, vamos a hacer que unos motoristas salten por encima de los camiones y los hagan explotar, y todo con el agravante que tiene filmarlo y que quede bien a la primera. ¡Claro que sí! Pero ¿quién dijo miedo?, está claro que un presupuesto de 150 millones de dólares ayuda, y un equipo con conocimientos del género lo realiza.

Supongo que muchos de los elementos y complicaciones que tiene Mad Max en cuanto a guion y rodaje de acción, los tienen multitud de películas a las que no doy el crédito que se merecen, pero en lo que a presentación se refiere, esta historia de ciencia ficción se lleva la palma. Es el conjunto de la historia y la manera en la que se integra la acción, convirtiéndola en una parte fundamental y necesaria del mundo que Miller ha creado. Un contexto post apocalíptico concebido de tal manera que te invita a conocer más sobre su funcionamiento y entresijos, en el que la misma gasolina que vemos consumirse en persecuciones y explosiones, es uno de los bienes más escasos junto con el agua, y cuya escasez estimula las decisiones de los personajes. Es también la complejidad real de la acción y la espectacularidad con la que te golpean escena tras escena. Todo colabora para mantener nuestra atención como espectadores al más alto rendimiento.

Otra de las cosas que también hacen de Fury Road algo diferente, es el uso medido del CGI (Computer-Generated Imagery), o como todo el mundo lo conocía hasta hace poco, efectos por ordenador (llamadme loca, pero yo sigo prefiriendo este término). Casi todo el contenido audiovisual que consumimos a diario incluye efectos creados por ordenador, en los cuales muchas veces no reparamos, debido a su gran calidad. En otras ocasiones, los percibimos y los disfrutamos, siendo conscientes del “engaño” a nuestros sentidos. Pero no siempre son bien recibidos y el exceso o el mal uso pueden crear una confusión en pantalla. Los efectos de Mad Max no son excesivos, complementan e incluso enriquecen esa atmósfera sin estropear el metraje, y ayudan a crear ese ambiente de caos en un futuro dantesco. El diseño de una tormenta de arena o el simple etalonaje digital (también conocido como corrección de color), por ejemplo, contribuyen a dar forma al universo de Max.

El conjunto de todos estos elementos colocados en una inteligente medida, sumado al valor de correr riesgos, y no me refiero solo a los físicos, convierten a la película en una experiencia de incesante descarga de adrenalina.

Y como no aguanto mucho más tiempo fuera del agua, me quedaré con un interrogante: ¿Será verdad que he descubierto que me gusta la acción? ¿Se me habrá abierto un mundo de nuevas posibilidades? Glups, no lo creo… A lo mejor me he tirado a la charca con mis divagaciones, pero hay dos cosas que no se pueden ignorar: una, que Mad Max: Fury Road es acción con mayúsculas, y dos, que todo el equipo de esta película y en particular los especialistas y dobles de acción, están igual de locos que su protagonista.

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trici
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