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Críticas de avanti
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Críticas 313
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
13 de febrero de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos décadas después de iniciado el siglo XX, y con las primeras calores del verano de 1921, vino al mundo de los vivos Luis García Berlanga, el mismo que se nos fue después de iniciado el siglo XXI, con los primeros días del invierno de 2010. Antes de decidirse por el cine pasó por estudiar derecho y filosofía y letras. Desde esa pareja feliz (1951), codirigida con Juan Antonio Bardem a El sueño de la maestra (2002), Berlanga ha ido retratando a una sociedad pacata, timorata, tímida, gritona, interesada, salvavidas, bullanguera, autosuficiente, panderetera, socialmente conformista dadas las circunstancias, y alegre por decreto, o casi. Es en este entorno vivencial y de coloridas situaciones humanas en el que Luis crea sus películas de amplio espectro coral con la excepción de la intimista Tamaño natural (1973).

Junto a Rafael Azcona, Berlanga escribe el guión para Moros y Cristianos, estrenada en 1987, donde da vida a la turronera Planchadell y Calabuig, convidando al respetable (venía de darse un paseo por las trincheras de La vaquilla, 1985), a la degustación de sus turroneros productos navideños: garnacha, yema, almendra...en la madrileña feria gastronómica de la mano del cabeza de familia y creador de la marca turronera Don Fernando (Fernando Fernán Gómez).

En un lenguaje llano, directo y sin adornos posturales forzados, Berlanga visualiza y agiliza las escenas y la multiplicidad de caracteres y situaciones de forma coral, presentándonos a la variopinta "patulea" al más puro estilo berlanguiano, camino de la capital, con las pastillas de turrones como solución a complicadas situaciones viarias en las que Agustín (Agustín González), Joan (Joan Monleón), Pepe (Pedro Ruiz), o el mismo Don Fernando, tratan de salir adelante entre sugerentes regalos turroneros y incontenibles micciones.

La evolución de los personajes, entre los cuales Monique (Verónica Forqué), son presa de los caprichos y necesidades de Marcial (Andrés Pajares) insaciable mujeriego y en ocasiones codicioso jugador de billar. Su labor de intermediario entre padre e hijos crea situaciones de verdadero aunque ordenado caos gestual y emocional, llegando a magnificarse cuando Jacinto López (José Luis López Vázquez) asesor de imagen, Cuqui Planchadell (Rosa María Sardá) metida en política, la criada (Diana Peñalver) o Marcella (María Luisa Ponte) la insigne belcantista retirada de los escenarios pero no del buen marisco; introducen en las diferentes situaciones problemas añadidos a los ya traídos desde Xixona por la familia Planchadell y Calabuig.

Las actuaciones de otros personajes, generalmente cameos, ensalzan las diferentes escenas en ocasiones enredadas y variopintas situaciones de acción y reacción, casos que se dan entre otros con Antonia (Chus Lampreave), Olivares (Antonio Resines), Fray Félix (Luis Escobar), camarero (Emilio Laguna), jugador de billar (José Luis Coll), la esposa de Pepe (Chari Moreno), o el pollo a la pularda de Luis Ciges y Elena Santoja. El amplio elenco, como gustaba a Luis, completa la visual película que nos aboca a resultados de conformismo y aceptación entre enormes anuncios turroneros, el ego de sentirse importante y la codicia que no respeta la economía familiar ni tan siquiera en los momentos de pesadumbre, sobreponiéndose y elucubrando sobre el futuro inmediato.

Berlanga siempre quiso, procuró y lo consiguió entrecruzar a sus personajes en su paradigmática filmografía utilizando a menudo en la caracterización de sus intérpretes la compasión, la pasión, el engaño, la fidelidad, la entrega, el mimetismo, los sueños o la realidad pura. Las relaciones humanas siempre fueron una fuente de agradable y real formación para quien quiera entender la vida día a día entre grandes planos generales en los que dominaban, y dominan, las totalidades de los grupos cual masa coral dispuesta a interpretar con su acompasado balanceo la mejor música al ritmo de los redoblantes tambores y sus mejores pertenencias emocionales, en Moros y Cristianos de la mano del maestro.
avanti
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6
10 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Steve Paul (1958) con larga trayectoria en el campo de la producción televisiva "Soldado de plomo" (1995), producción exclusiva "Little Insects" (2000) o productor ejecutivo en "A Magic Cristmas" (2014), es conocedor también de las series televisivas y de la dirección de escena. Es en este contexto que en el año 1980 rueda para el cine Falling in love Again, haciendo debutar a la joven Michelle Pfeiffer, film que le llevaría cuatro años más tarde a dirigir Slapstick (1984), comedia donde se abordan diferentes géneros cinematográficos que mezclados justifican los resultados de este enredo en situaciones cercanas al vodevil.

Jerry Lewis (Caleb Swain / Wilbur Swain) y Madeline Kahn ( Lutetia Swain / Eliza Swain), conocidos y reconocidos actores de grandes comedias, hacen una arriesgada inmersión en este llamado subgénero de aquellas, también conocido como "slapstick", donde se representan con generosidad valores cinematográficos propios del cine de Chaplin, Keaton, Lloyd o Stan Laurel y Oliver Hardy entre un largo elenco de la época. Marty Feldman (Sylvester), John Abbott (Dr. Frankenstein), Jim Backus (Presidente USA), Samuel Fuller (Coronel Sharp) o Pat Morita (Embajador chino), entre otros, nos conducen a una generosa y alocada puesta en escena de lo absurdo.

Slapstick es una película dura de asimilar si previamente no se ha entendido la evolución del cine mudo de comedia o subgénero de ella. Se trata de un ejercicio visual y cinematográfico marcado por la bufonada, exagerada en escenas de situación, acompañada de crudos elementos escénicos como golpes, tropiezos, torpezas, porrazos, tortazos, bravuconadas y exageraciones físicas y mentales de amplio calibre que no suelen derivar en dolor alguno (característica principal), propio del cine mudo en los inicios del siglo XX. La mayoría de los intérpretes que entre los años 1900-1940 coparon este tipo de cine, vivieron días gloriosos de fama y reconocimiento por medio del "mamporro", de alocadas carreras y persecuciones y vistosas caídas que desafiaban la gravedad sin problemas, de forma y modo que las acciones se repetían como si de un bucle sin fin se tratase sin el más mínimo reparo.

La fusión de géneros nos lleva a situaciones que solo en el entorno de esta película podremos entender previo a la desinhibición de la lógica, a lo que nos ayudarán exagerados y llamativos efectos visuales, naves interplanetarias de dudosa tecnología, hombres diminutos con ansia de poder, salvadores de la humanidad, guapos reconocidos y feos rechazados, además de bacanales gastronómicas donde priman los intercambios alimenticios.

Slapstick (Of Another Kind) nos deja ligeramente perplejos entre la incredulidad y el asombro cinematográfico por cuanto actores y actrices de talla, se prestaron a un experimento... homenaje quizás, al cine mudo, el de los golpetazos indoloros y los dulces tartazos.
avanti
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9
5 de febrero de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fritz Lang (1890-1976), prolífico en el arte de crear historias de reconocimientos emocionales y de escenarios a modo de rellanos preñados de imaginativas proposiciones, consecuencia de sus devaneos con la arquitectura primero, la pintura después, y finalmente el cine, le llevó a sentirse creador de su propio universo, donde la fusión de las diferentes artes trabajadas le dio la enorme respuesta creativa que su cine legó para el uso y disfrute de cualquier público espectador ávido de nuevas experiencias cinematográficas.

Desde la visionaria Metrópolis (1927) a la crudeza de Furia (1936) o la exótica El tigre de Esnapur (1959), entre un buen puñado de inolvidables propuestas, Fritz legó al universo del séptimo arte la mirada del laborioso artesano en emociones donde el sentido de culpa, la oscuridad de la mentira, el escrupuloso razonamiento o la ignorancia domesticada, nos conduce a un título que derrocha imaginación más allá de la realidad visible: La mujer del cuadro (1944).

Edward G. Robinson venía de participar en dos destacadas producciones: Seis destinos (1942) y Al Margen de la vida ((1943) de Julien Duvivier, además del gran thriller Perdición (1944) del maestro Billy Wilder, un año antes de que Fritz Lang rodara El hombre atrapado (1943) con a la carismática Joan Bennett a quien le fue ofrecido el rol de protagonista femenina en La mujer del cuadro. Los personajes protagonistas estaban servidos, los caracteres también, el cine negro a punto de escribir una nueva página donde la tibieza de los personajes campaba por entre las sospechosas sombras tratando de escapar de sí mismos.

La utilización del plano (general, medio, subjetivo, detalle...) en las películas de Lang, representan necesariamente un lenguaje inteligentemente sobreañadido a la acción del indolente y acomodado profesor Richard Wanley (E. G. Robinson) y la cautivadora belleza de Alice Reed (Joan Bennett), escenificando un enfrentamiento de caracteres sin final predecible. En la relación que se produce entre ambos, Fritz Lang nos muestra los deseos inalcanzados, los sueños ocultos más irrealizables y el afán por conseguir la perfección emocional sin tener en cuenta las consecuencias. La Sobriedad de Lang enfrentando dos realidades contrapuestas, que no complementarias, da a la cinta el ambiente apropiado a un metraje al más puro estilo del cine negro.

La evolución de los acontecimientos que se narran, tienen importantes actuaciones en personajes sacados de la cotidianeidad: amigos, enemigos, curiosos desconocidos, avaros y los inevitables indolentes expropiadores de las pertenencias ajenas; para conseguirlos y hacerlos fiables Fritz Lang los representó en los personajes Frank Lalor (Raymond Massey), Dr. Michael Barkstame (Edmund Breon), el carismático Heidt y Tim, el portero (Dan Duryeau, así como un extenso elenco de personajes movidos por el interés personal entre la utilería propia de los oscuros escenarios donde se desarrollan las diferentes acciones que tan magistralmente encadena el director y que nos llevará, como solo él sabe hacerlo, al resultado buscado...
avanti
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8
1 de febrero de 2017
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el año 1958, Jacques Becker (1906-1960) ofreció al cine "Los amantes de Montparnasse", venía de rodar "París, bajos fondos" (1952), o la carismática "Las aventuras de Arsenio Lupín" (1957). Antes de iniciarse en el cine, fue tentado por la tradición paterna como administrador, más tarde como actor, ni una ni la otra cosa le llenaba tanto como su afán por visualizar la agudeza social, su entorno y el tratamiento cinematográfico de los personajes y de su conjunto.

Fue al conocer a Jean Renoir y poder trabajar a su lado como ayudante de dirección, lo que definitivamente le encauzó al mundo de la dirección. En su forma de hacer cine de estilo libre y de realismo social, trabajaron con él actores como Jean Gabin, Simone Signoret, o Fernandel. Jean Becker dejó para la historia del cine una más que interesante propuesta cinematográfica.

Casualidad o no, los actores Gérard Philipe (Amadeo Modigliani) y Lilli Palmer (Beatrice Hastings) ambos con un largo bagaje interpretativo en el teatro y de solida formación, asumieron y se complementaron en los roles de displicencia y perdedor compulsivo él; de "mecenas" y suministradora de pequeños vicios humanos ella. Lino Ventura (Morel) es el malvado y calculador marchante mensajero del desastre que augura su rol.

El amplio elenco de intérpretes, entre otros: Arlette Poirier (Lulú), Robert Ripa (Marcel) o François Jove (comisario) completan una bohemia enmarcada en la ensoñación de la creación artística entre vasos de vino, chulos, consentidas, perdedores, eternos buscadores de fama y fracasados supervivientes sociales en el barrio más colorido, multicultural y polifacético de París, Montparnasse, donde a pesar de los numerosos contratiempos se procura no perder la alegría de vivir.

El blanco y el negro ayudan a la dramatización de una historia plagada de irrealizables deseos adornada con el destino fatal que al parecer es lo que en este tipo de narraciones justifican su existencia y donde dos destacados personajes: Lila Kedrova (Anna Zborowsky) y Anouk Aimée (Jeanne Hébuterne), un personaje creíble, carismático y compasivo entorno al cual se desarrollan los acontecimientos que le llevará a conseguir metas y propósitos buscados por ella y por Modigliani, donde a pesar de las mentiras y los indolentes intereses del marchante, este, siempre supo ver al artista.
avanti
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8
29 de enero de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1999 Carlos Saura estrenó Goya en Burdeos. Un año antes su hermano Antonio Saura (1930-1998) pintor destacado de la corriente contemporánea abstracta, surrealista y gran experimentador, concibió parte de su obra partiendo de la observación y estructura del cuerpo femenino. La complejidad creativa de Antonio le llevó a experimentar con la materia, con el color, con el papel y otros materiales. Fue un creador de contrastes y de conflictos propios. Goya en Burdeos está dedicada a él.

El joven y multidisciplinar Carlos Saura que iba para ingeniero industrial cambió su interés por el cine. En su haber más de cuarenta obras cinematográficas fue el camino que le llevó a rodar Tango (1998), de publicar las novelas Pajarico solitario (1997) y ¡Esa luz!(1998) así como de su amplia labor creativa en la fotografía, la pintura y la literatura antes de filmar Goya en Burdeos interpretado por un grande de la escena: Francisco Rabal.

Desde la negación del color fusionado en el más absoluto negro, Carlos Saura inicia un travelling progresivo sobre materias que bien podrían ser pictóricas iluminadas gradualmente con los aires del fandango de Boccherini que nos lleva a la onírica imagen del pintor como puente entre el sueño y la razón que se da de bruces con la realidad cotidiana del pintor acentuando los primerísimos planos de pregunta y confusión, al tiempo que Rosarito (Dafne Fernández) y Leocadia (Eulalia Ramón) procuran con sus cuidados, suavizar y hacer más llevadera la aceptación y la madurez del pintor.

El buen uso que de del flashback hace Saura nos traslada al tiempo de la duquesa Cayetana Alba (Maribel Verdú) y de la creatividad en pleno apogeo del artista con referencias al retrato, a los cartones y a las series pictóricas del genio de Fuendetodos. Los juegos luminosos del color, los grandes contrastes en las formas y los claroscuros reflejados en los diferentes rostros de los personajes en liza, les da a la película carácter de credibilidad cuasi pictórica, es el caso de, entre otros: Borga Elgea (amigo de Goya), Emilio Gutiérrez Caba (José de la Cruz), Franco di Francescantonio (doctor), José María Pou (Godoy) o Cristina Espinosa (Pepita Tudó). En esta línea Carlos Saura mimetiza los horrores de la guerra vistos por Goya, con La Fura dels Baus.

El grandioso y asombroso final que ideó Carlos Saura para Goya en Burdeos, nos traslada a lo más profundo de los fascinantes sueños y deseos humanos por medio de la sobrecogedora transmutación luminosa de la luz y de las sombras, donde lo irreal y lo onírico se funden en la paz interior del maestro.
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