Cuando el sol ya ha levantado lo suficiente sobre el horizonte del mar de cada día, se pueden ver flotando a la deriva, sin rumbo, barquitos de cáscara de nuez o de papel a merced de las olas caprichosas del destino. En ellos van mosquitos y mosquitas que al contrario de la canción infantil navegan con temor a la zozobra y el naufragio. Sin embargo, asegura dicha canción que: "Navegar sin temor / En el mar es lo mejor / 
No hay razón de ponerse a temblar / Y si viene negra tempestad / Reír y remar y cantar."

El buen sabor de boca, el poso que nos dejó la directora con "Un Otoño en Berlín", perdura y se extiende por esta travesía sin rumbo de mirada femenina que transita una joven Nora que Ane Pikaza hace suya y nuestra. Su barquito desemboca afortunadamente en un puerto que ella ya llevaba dibujado con sus colores de ilusión en su corazón y en el que siguen arribando más barquitos con velas de papel.

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De tapadillo y gracias una vez más a Filmin nos llega desde Polonia este notable thriller donde todos sus elementos (interpretación, fotografía, puesta en escena...) se van conjugando acertadamente para crear la atmósfera necesaria al ritmo pausado, profundo e intrigante de ese puntaje de  Mikolaj  Trzaska sobre la base de un saxofón y un chelo que como digo marca el tono general.

Las fisuras existentes con su mujer y sus dos hijas de Rafael Wejman un psicólogo carcelario comenzarán a agrandarse cuando la hija menor desaparezca y en cada uno de ellos empiecen a aflorar los sentimientos de culpa y la deseperación por encontrarla. En el camino la brecha generacional, los instintos ocultos, frustraciones y un lado oscuro social irán trufando la narración que dosifica sus giros con acierto.
 
Los ocho episodios marcan un arco: los dos primeros algo connfusos, los cuatro siguientes atrapan nuestro interés y los dos últimos se relajan y se vuelven más convencionales.  El resultado general es más que satisfactorio y recomendable.

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A tenor de lo visto merece la pena echarle un vistazo a la pasada filmografía de este director y guionista danés al que parecen abonados dos actores como el emblemático Mad Mikkelsen y Nicolaj Lie Kass. Con escasamente cinco títulos como director en veinte años parece que Thomas Jensen (1972) se inclina más por escribir que por ponerse detrás de las cámaras.

Se dice que su galería de personajes patéticos bien interpretados y la empatia que despiertan son un toque de la casa. La verdad es que aquí hay una buena muestra de ello. Por otro lado aborda la mezcla de géneros sin pudor y sin perder el equilibrio pero me parece que el acierto con el que construye cada una de las partes de su  puzzle acaba por prometer más de lo que ofrece el resultado final y a la postre el punto fuerte de Jensen que es el guión deja demasiados flecos desilachados impropios de la sugerente propuesta.

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Cantaba el poeta y músico Gil Scott-Heron (1949-2011) en el 71 con un estilo precursor del futuro rap su tema "La revolución no será televisada", en el que afirmaba que "la revolución no dará sex appeal a tu boca" en un alegato contra la banalización de la sociedad. Ahora el polifacético Ahmir Khalib Thomson más conocido como Questlove que nació precisamente en el 71 alude a Scott-Heron cuando subtitula el documental con el que debuta como "cuando la revolución no pudo ser televisada".

Y eso era en un año de 1969 donde el gobierno USA era capaz de poner hombres en la luna pero no erradicar la plaga de la heroina en Harlem, un barrio de Nueva York. Aquel verano del 69 durante seis semanas el alma de la comunidad negra se apiño sin incidencias (300.000 personas con seguridad de Los Panteras negras) en torno a su música como vehículo de su propia identidad afroamericana, un concierto estraordinario, reivindicativo e integrador de otras culturas marginadas, en el entonces Mount Morris Park. Quedó constancia de ello en 40 horas de grabación que fueron a dormir el sueño de los justos durante 50 años a un sotano, mientras que el festival de Woodstock que corrió en paralelo ese mismo verano saltó a la fama mundial.

Injusticia que ahora medio siglo después repara Questlove en una síntesis de dos horas que ha merecido el Oscar de la Academia de Hollywood en su edición más integradora y que desgraciadamente ha quedado eclipsada por un guantazo de un "hermano" privilegiado, que creyendose vasija del destino y caballero andante ha metido la gamba pero bien y ha hecho mucho daño a su comunidad.

El concierto es una celebración gozosa y emotiva que no tiene desperdicio donde florecen los estilos musicales de unas raices comunes que acaban produciendo una catársis colectiva. En el debe hecho en falta que cuando los supervivientes del evento lo recuerdan no aludan a que pasados 50 años la discriminación de las etnias marginales sigue vivita y coleando. Habrá que montar otro concierto y televisarlo para recordarlo.

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A la tercera fue la vencida. De las 27 películas hasta la fecha de Bond está fue la tercera de la productora Eon que monopoliza en la pantalla desde 1962 al agente británico surgido de la pluma de Ian Fleming (1908-64) que falleció poco antes del estreno de esta película. Solo dos films de la serie no fueron producidos por Eon.

Y decimos que fue la vencida porque constituyó no solo la consolidación del personaje y la saga sino que la puso en el disparadero para la posteridad, siendo la quinta serie de mayor éxito en las pantallas. Catapultó las novelas de Fleming, inició los éxitos asegurados de taquilla, influyó y mucho en otras productoras que se apuntaron al género de agentes secretos, sin tanto éxito desde luego, y sobre todo estableció el molde a seguir en la saga, desde los créditos iniciales, el tema musical que los acompaña, la importancia de los gadgets tecnológicos, el humor negro irónico, los automóviles icónicos (ninguno volvió a superar al Aston Martin DB5 que aún sigue dando guerra 57 años después), las chicas Bond, el atractivo irresistible del agente (durante muchos años símbolo del machismo más recalcitrante), los escenarios internacionales, set-pieces de acción espectacular y aventura, malvados singulares e incluso alguna coletilla como la del martini que sentará catedra. Por otro lado "Goldfinger" abrió para Bond el mercado norteamericano.

Pues todo ello tuvo la suerte de encajar con más o menos gracia en esta película dirigida por un Guy Hamilton (1922-2016) que rechazó "Dr. No" la primera de la serie y después de cuatro titulos de la franquicia por la que posiblemente es recordado, también dijo no a "Solo para sus ojos" (1981). "Goldfinger" sin ser nada del otro mundo, entretiene de principio a fin con un Sean Connery que se calza a Bond como un guante y cuyo personaje tiene siempre "la pistola" a punto por si falla todo lo demás. El film, pese a sus innumerables agujeros en la trama y fallos de todo tipo se sigue disfrutando y más si es en buena compañía y  con un buen martini con vodka a mano. Eso sí: agitado y no mezclado.

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