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España España · Madrid
Críticas de J C
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Críticas 76
Críticas ordenadas por utilidad
4
28 de agosto de 2011
9 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El hecho histórico de que tres bandos enemigos se reconciliaran temporalmente durante la Nochebuena de 1914, recién iniciada la Primera Guerra Mundial, para celebrar esta festividad es lo más relevante de esta película fría y carente de emoción, fabricada de momentos de cierta intensidad que pueden contarse con los dedos de una mano. Con tal premisa, la de ejércitos que se reconcilian en una guerra, digo, podría haberse armado una obra más compacta y emocionante, dotada de una mayor calidez, pero la película se queda precisamente en lo contrario, en un amasijo de piezas dispersas de las que sólo algunas logran transmitir algo que podría calificarse de emoción.
El arranque de “Feliz Navidad” es tedioso, por otro lado: nada aconsejable para quien se sumerja en ella con sueño o desidia, y cuando por fin, tras un espeso preámbulo que no consigue despertar el interés del espectador, la historia despega, nos seguimos quedando a ras de suelo porque las diversas situaciones se tambalean peligrosamente y, salvo una o dos secuencias que nos enganchan más por el fondo que por la forma, la película no adquiere la enjundia necesaria ni la calidez exigida en este tipo de historias.
Por tanto, “Feliz Navidad” pasa sin pena ni gloria, como un entretenimiento más, sin ni siquiera conseguir del todo esa cualidad porque le sobra metraje, sobre todo en su primera mitad. Lo que podría haber sido una película grande, conmovedora y hermosa, se ha quedado por desgracia en humo de paja, más superficie que hondura, menos gesto que esbozo.
J C
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2
19 de enero de 2011
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La combinación de fantasmas y niños ha sido un tema recurrente en el cine de terror y hay sobrados ejemplos de ello, aunque no siempre afortunados. De entre los títulos más lúcidos se me ocurren a bote pronto la turbia “Suspense”, de Jack Clayton, que trasciende el género, y la no menos inquietante “Los otros”, de Alejandro Amenábar, que lo desborda. De entre los menos acertados yo citaría la sobrevalorada “El sexto sentido”, de M. Night Shyamalan, cuyas trampas de guión y maneras telefílmicas lograron cautivar a los críticos.
“Frágiles”, quinto largometraje de Jaume Balagueró, vuelve a echar mano del consabido cóctel y lo sirve sin tapujos, sentando desde el inicio las bases del género con un arranque lo suficientemente impactante como para no dejar lugar a dudas. No tiene, desde luego, esta nueva película de Balagueró la densidad y ambigüedad de su anterior largo, “Darkness”, sino que adolece más bien de todo lo contrario: la historia se nos va dando a retazos, con golpes de guión que apenas dejan sitio a la sorpresa porque todo nos suena a ya visto otras veces. Balagueró filma con ritmo intenso, casi frenético, acortando los diálogos entre los personajes y haciendo gala de un efectismo excesivo que lo único que consigue es mantenernos entretenidos, ¡menos mal!, pero sin sorprendernos en ningún momento.
Está claro que Balagueró se ha dejado imbuir del espíritu norteamericano más acelerado, ése que consiste en narrar sin dar tregua al espectador, si bien lo ha cubierto de un breve ropaje de coherencia europea, escaso de renovación y sobrado de tópicos. “Frágiles” satisfará a quienes buscan entretenimiento a secas y decepcionará a los que, como yo, siempre esperan una vuelta de tuerca en el cine de terror, un género que parece haberse quedado estancado en formas manidas y poco estimulantes.
J C
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8
27 de enero de 2011
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “Gallipoli (1981), Peter Weir ofrecía un retrato descarnado y lúcido sobre la guerra, en aquella ocasión la primera mundial, y de los jóvenes que combatían en ella y acababan siendo vampirizados por su furia desatada. Treinta años más tarde, Weir vuelve a desplegar ante nosotros el lienzo de otra guerra, esta vez la segunda que sacudía al mundo, y si en el filme de 1981 veíamos correr a un soldado con vocación de atleta para llevar un mensaje, en ésta asistimos a otro tipo de carrera, más lenta, pero igualmente frenética, en busca de la libertad.
Ha sido grato reencontrarse con este artesano oriundo de Australia y con su cine más personal, el que nos cautivara en trabajos como “El año que vivimos peligrosamente” (otra vez la guerra) o “La costa de los mosquitos”. Reconoce uno elementos de esas obras en esta “Camino a la libertad” (desafortunada traducción al castellano del título original, “The way back”, perfectamente definitorio de lo que se cuenta), no porque asistamos al conflicto bélico, del que sólo vemos un trasfondo apenas difuminado, la intuición de su existencia allá a lo lejos, sino porque aparece nuevamente el hombre en lucha con la naturaleza y esa suerte de misticismo difuso que hemos visto en otras películas de Weir.
Con un tratamiento que por momentos recuerda al documental, “Camino a la libertad” es la crónica de una fuga en plena Segunda Guerra Mundial que transcurre ajena a ella y por sus aledaños, narrada con medida contención y a brochazos. Porque si algo caracteriza esta película es una sequedad concisa y brusca que no escatima en realismo de alta precisión para hacer partícipe al espectador de las penalidades que sufren sus personajes. Esa es, sin duda, una de las mayores virtudes de una película que, a pesar de estar contada de un modo apacible, se mueve en todo momento hacia delante, como esos hombres que han dejado atrás el GULAG ruso para llegar a alguna parte tan sólo con la ayuda de sus pies.
A través de sonidos y paisajes que van dando cuenta con certera atmósfera del periplo de estos desarraigados, Weir nos sumerge de lleno en esa a veces procelosa naturaleza que tan bien ha sabido describir en su cine, dándonos nuevamente un retrato de la desesperación como el que ya nos ofreciera, de manera muy distinta, en la mencionada y notable “Gallipoli”. “The way back” es también la historia de una epopeya, salpicada de una épica poco dada a la desmesura, acomodada al discurrir de la evasión y sus múltiples e intrincados dobleces. Creo sinceramente que este cineasta australiano ha vuelto a estar a la altura de las circunstancias con esta película sobre la huida y labúsqueda de algo mejor y agradecemos su trazo firme y desprovisto de artificios para contarlo sin que suene a reiteración.
J C
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7
8 de marzo de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Manuel Mur Oti pertenece a esa estirpe de cineastas españoles que se apartaron decididamente de los modos y cauces imperantes en la industria española de los años 50 para hacer películas que bebían sin pudor de las fuentes del Hollywood más clásico. Al igual que Edgar Neville y otros, Mur Oti supo utilizar esas influencias para narrar las historias que le atraían, a menudo teñidas de un dramatismo que podía resultar incluso excesivo.

Un hombre va por el camino constituye su primera incursión en la dirección cinematográfica, y no cabe duda de que Mur Oti empezó con buen pie. Se trata de un melodrama enclavado en el ámbito rural, salpicado de un levísimo toque de western, narrado en clave naturalista y con creíbles interpretaciones que sólo en alguna ocasión se dejan llevar por cierta afectación.

Es verdad que Mur Oti recurre a determinados trucos de guión para dar más consistencia al melodrama y justificar el argumento que propone, a la par que, según su costumbre, impregna todo el metraje con una sempiterna banda sonora que contradice la aversión que cineastas como Buñuel le tenían a la música compuesta para películas y que posteriormente el movimiento Dogma se encargaría de subrayar en su manifiesto creativo. Pero obviando esos hábitos, propios de un director que esgrimía su clasicismo sin tapujos, la película fluye con precisión y se ve con agrado e interés.
J C
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9
7 de diciembre de 2014
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Christopher Nolan ha ido construyendo una filmografía un tanto caprichosa en el sentido más literal de la palabra, pero revestida al mismo tiempo de una innegable coherencia narrativa a la que supongo que nadie ha sido ajeno. Supimos que no estábamos ante un cineasta al uso cuando nos entregó aquel soberbio experimento llamado “Memento”, pero también nos apabulló su megalomanía en la compleja “Origen”. Sin embargo, no debemos olvidar que tras esa egolatría había algo insólito, como también lo dejaba traslucir en su revisión del mundo de los superhéroes.

Justo es decir que tal mezcla de espectacularidad y maneras de autor me hacían temer que Nolan descarrilara en esta su nueva aventura cinematográfica, acaso demasiado inmerso en sus afanes megalómanos. Pero comienza “Interstellar” y su primera parte me hace pensar en autores de la ciencia-ficción clásica: un mundo que parece a punto de concluir víctima de una especie de plaga apocalíptica; una familia de granjeros; el polvo que lo impregna todo, tanto que “teníamos que colocar los vasos boca abajo”, cuenta un personaje… La cosa parecía pintar bien y poco a poco la película se va transformando en otra cosa: entran en juego los viajes espaciales, los agujeros negros… Pero enseguida me doy cuenta de que Nolan no ha querido contarnos una historia de ciencia-ficción, sino algo mucho más profundo e incluso doloroso.

No es la primera vez que un cineasta utiliza la fantasía para narrar algo diferente. Le ocurrió a Stanley Kubrick en “2001”, película con la que se ha querido comparar a “Interstellar” y que el propio Nolan cita como referente y detonante. Pero hay aquí un relato más clásico, impregnado de sentimientos más primitivos e íntimos: la relación entre un padre y una hija y las consecuencias que ciertos fenómenos (ahora sí, de ciencia-ficción) pueden tener en sus vidas. El autor de “Memento”, avezado ya en el arte de contar historias con una cámara, sabe dosificar la acción sin abusar del espectáculo y, lo que es más elogiable, pulsar los resortes adecuados para que brote la emoción cuando es menester y sin forzar un ápice la reacción del espectador.

¿Convierte esto a Christopher Nolan en un cineasta clásico? Yo diría que, si no es así, al menos le inviste de una aureola de clasicismo que lo emparenta con cineastas como Frank Kapra o John Ford. Supongo que esto se debe a que el responsable de “Batman begins” ha sido monaguillo antes que fraile, es decir, cinéfilo antes que director de cine, y en esa escuela ha tenido buenos maestros. Reconozco que “Interstellar” me ha emocionado, y cuando eso me ocurre ante una pantalla, de un modo sincero y sin sentirme manipulado, es que no hay trampa ni cartón. Tan sólo sanos y honestos propósitos.
J C
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