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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Críticas de Jean Ra
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Críticas 262
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
7 de septiembre de 2023
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cómo ya he dicho en alguna ocasión anterior, mi relación con el cine de Arnaud Desplechin no es sencilla y lineal, su firma no me asegura experiencias gratas frente a un pantalla. Sin ir más lejos “Fantasías de un escritor”, su anterior lanzamiento, a pesar de sus virtudes, me dejó a medio camino. Para esta ocasión, sin esas restricciones sanitarias del Covid, Desplechin se desmelena y opta por un formato de producción más costosa, regresar por sus fueros, aprovechar que se puede y salir a filmar en todo tipo de localizaciones, interiores y exteriores, incluso en Senegal, una variedad variopinta que caracteriza a su cine, y que, a la postre, es una de las causas por las que se puede contagiar el impulso de su creatividad.

Volver por sus fueros para un director francés sin duda significa reforzar su sello autoral y por ello Desplechin retoma y reelabora algunos de los motivos y elementos ya presentes en sus anteriores obras. Me refiero a la conexión entre la vida teatral y la real como en "Esther Kahn", el gran relato familiar de "Un conte de Noël" o el luto familiar de "La vie des morts" y también la narración dual de "Rois et reine". En otras tantas cosas.

La acogida general a este título está siendo pésimo -incluso en Francia- y la verdad es que no puedo reprochar gran cosa al resto de público que responde con desconfianza o directamente con desdén. La razón que yo le encuentro es que, dentro de la habitual excentricidad de las obras de Desplechin, aquí confecciona una historia dual de dos hermanos histéricamente confrontados y lo hace para ajustarse a muchos signos y motivos del romanticismo y lo hace sin homogenizar el conjunto para buscar más verosimilitud y equilibrio. Así encontramos una narración empapada de elementos irracionales, muy viscerales, dando lugar a escenas desconcertantes como en ciertos encuentros breves y casuales entre Louis y Alice, dónde hay desmayos y otras hierbas. También está el tema de las sustancias estupefacientes para evadirse de la realidad, al modo de las novelas de Théophile Gautier, Louis también toma opio en alguna escena y ocurren más cosas extrañas y desconcertantes. O el gusto por lo primitivo (por eso la “La Odisea” desbancó a “La Eneida” como obra canónica fundacional), aquí expresado con una escena en la que Faunia, nos descubre que es arqueóloga y por las buenas lo conduce a visitar unas cuevas prehistóricas a ver pinturas rupestres. Todo esta amalgama de ingredientes, cosidos con mayor o menor inspiración, con mayor o menor acierto, transmitiendo cierta sensación de arbitrariedad, que unido al tono hiperbólico de unas cuantas escenas y que la razón de la disputa fraternal no quede explicitada, a la postre puede explicar que esta película parece que se haya chocado con un camión, como ocurre en la escena inicial.

Eso no evita que se contagie su ímpetu, su brío y su brillo creativo, ese ir a por todas, acercarse no sólo a los límites expresivos, también a los bordes de lo razonable, desafiar las certezas formales del espectador. Desplechin sin duda es un director que se la juega y además siempre exhibe un estilo visual sobrio y atractivo, respaldado por el siempre vigoroso y llamativo desempeño de la fotógrafa Irina Lubtchansky, que le da cuerpo a las disparatadas escenas, y termina así convenciéndote que lo que estás viendo no sólo es poco corriente, también posee gusto y criterio.

Dos trayectorias vitales que a veces discurren por vías paralelas y otras coinciden por los mismos carriles. Un choque de trenes nunca es un asunto ligero. Desplechin no tiene un favorito, parece interesado tanto en Louis como Alice, en el escritor y la actriz, en las ideas y los hechos, ella actúa en la ciudad de Lille y él vive en una granja rural. Si nos fijamos con qué claridad se agrupan esos conceptos entorno a esos personajes concretos, deducimos que, aparte de esas cuantas escenas pasadas de rosca, existe una voluntad que lo organiza todo, que en la fundamentación de la narración hay cierta intención y una idea específica.

En muchas narraciones románticas (pongamos por caso “El jorobado de Notre Dame”) suele yacer en el centro la relación entre un hombre y una mujer, que conduce hasta desenlaces dramáticos. Desplechin lo que hace en esta ocasión es desconstruir ese molde, trasladarlo al mundo familiar y convertir la tensión sexual en amor fraternal, que deviene en rivalidad fraternal, y que retrata así ciertas dinámicas tóxicas que pueden aparecer en las familias. Pero a fin de cuentas esos dos mundos dispares están destinados, de alguna manera u otra, hasta cierto punto, a encontrarse, entenderse y comprenderse* porque será la forma con la que puedan hacer las paces con ellos mismos.

Lo cierto es que “Asuntos familiares” (otro estropicio de traducción) gozó de un estreno discreto en España, muchas salas en las que iba a proyectarse se “borraron” y sólo quedaron algunas y por poco tiempo. Me supo mal no poder verla y hoy todavía me parece peor porque en esta ocasión creo que sí habría salido razonablemente contento por haber chocado con este título excéntrico. O a lo mejor no: es tan especial que, me parece, hay que esperar a verla en un estado de gracia y tolerancia máxima y recordar ese juego formal que Desplechin quiere hacer con el molde narrativo del romanticismo. Parece que hoy tocó cara.
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Jean Ra
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8
30 de agosto de 2023
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aparte del salto temporal que propone esta historia, ver "Godland" también ha supuesto para mí un pequeño salto en el tiempo, retornar a 2006, cuando muchas obras de proyección cultural solían ser "exigentes", es decir, requerían un esfuerzo extra de concentración al espectador para poder absorberlas de forma sustantiva. No es que ese tipo de películas haya desaparecido de las salas de cine, sólo se ha reducido hasta proporciones testimoniales. No me olvido de directores como Albert Serra, desde luego. Son narraciones en las que el ritmo narrativo es reposado, los diálogos ocupan una posición secundaria, y el aspecto visual prevalece tanto como los elementos narrativos, persiguiendo reconstruir una mirada alejada a las fórmulas de las multinacionales, enemigas de la riqueza cultural.

Y es que el trasfondo, te das cuenta conforme los minutos avanzan morosos como el trote de esos caballos, emplea con amplitud el paisaje árido islandés, un punto ajeno a la civilización, dónde las leyes solo se respeta por acuerdos voluntarios, y cuya dureza y belleza suponen la creación de Dios en bruto, un escenario que se remonta a milenios atrás y contrasta con la mortalidad de los seres que por ahí pululan, asistiendo impertérrita a las pérdidas y desastres. Lucas, un sacerdote luterano, ha sido destinado a construir una parroquia en un punto remoto de ese país, que por aquel entonces pertenecía a la corona danesa. En la historia no se explicita, pero se entiende que es el tipo de misión que se encomienda a un párroco de ejercicio disperso, de forma que cuando Lucas topa con la actitud taciturna y displicente de los locales, y luego además se suma alguna situación dramática ocasionada por cierta decisión insensata de Lucas, el sacerdote se ve afectado por la exigencia del lugar y la lejanía de su hogar, sólo su fe lo sostiene y eso no evita su quiebra, con lo que se expone la falsedad de esa empresa piadosa en la que se ha embarcado y, por ende, el fundamento de la colonización danesa.

Salvo para quien la haya mirado embobado, es fácil apreciar que la narración toma gran cantidad de elementos del western, sólo que recompuestos en paisajes nórdicos: el duelo de voluntades que se produce, el avance por territorios tan áridos como el interior sus personajes o el choque de dos civilizaciones que conviven entre tensiones. Centauros de un desierto frío. Ragnar, el islandés que ejerce de guía, se mueve como pez en el agua en mitad de esas localizaciones, domina los caballos, conoce las rutas, aguanta estoicamente las inclemencias meteorológicas, su figura sin duda está relacionada con la naturaleza, también con Islandia. Esta fortaleza queda en entredicho cuando demuestra interés por convertirse en "un hombre de fe", siendo entonces ridiculizado por Lucas, a quien salvó de desfallecer en mitad de la nada, un hombre perdido en todos los sentidos y de fondo mezquino, que representa a la civilización, a lo danés, al factor colonizador que quiere expandir sus creencias en esa isla. Este choque de voluntades viene sin duda enfatizado por la barrera idiomática, el no quererse entender antes que no poder hacerlo. De esa forma Palmason dibuja otra dialéctica que sustenta la historia y que se suma al resto de capas: el choque entre naturaleza y civilización, colonizado y colonizador, lo danés y lo islandés, la fuerza contra el saber o la fricción entre lo mortal y lo inmortal.

En algunos momentos recuerda a la película chilena "Blanco en blanco", también a ciertos gestos de Lisandro Alonso en "Jauja", existe con esos títulos una línea de complicidad, hermanándose en el propósito de recrear un acercamiento histórico alejado de fórmulas comerciales, una experiencia sensorial que sumerge al espectador en esa mirada de lo natural antes de la irrupción y expansión de la civilización, representando con vigor la visión de la naturaleza como un coloso salvaje e indómito y que a la vez muestra una cara de belleza inabarcable y casi abstracta. Algunas panorámicas recuerdan a los cuadros del inglés William Turner. Con todo ello, tras dos títulos estimables como "Winter brothers" y "Un blanco, blanco día", Palmason redobla su apuesta y se consagra como un nombre de la cinematografía europea, que se inclina hacia una exigencia superior a la de esos títulos anteriores, sin otro objetivo de trascender, y que, tal y como le ocurre a su protagonista, poner a prueba al espectador, quien, en caso de resistir, tiene acceso a una vivencia audiovisual más allá de lo usual, una visión repleta de significados y rica en todos esas cualidades vaporosas e intangibles que el cine puede llegar a ofrecer, rebasando por mucho la simplicidad del consumo inmediato y entretenimiento complaciente. Reconozco que salimos del cine algo extenuados, y sin embargo, también es innegable que con el paso de las horas su recuerdo crece y se ensancha, cosa que ocurre cada vez menos. Y sin embargo qué bueno que todavía exista la posibilidad de vivir algo así. Ya en su estreno en el festival de Cannes avisaron de su gran talla como obra de arte, cosa que yo hoy corroboro.
Jean Ra
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9
28 de julio de 2023
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Menos mal que todavía quedan figuras como Brandon Cronenberg, directores con un discurso atrevido, dispuestos a desafiar al espectador a nivel ético y moral para hablarle de forma descarnada de ciertos rasgos del mundo que nos rodea. Y eso, en una época en la inmensa mayoría se divide entre los complacientes con el gusto mayoritario y los abonados a la corrección política para no buscarse polémicas, se ha vuelto una radiante joya.

El crecimiento de Cronenberg junior es sin duda exponencial. “Possessor” ya define con solidez ese mundo particular, construido con preocupaciones plasmados en mundos distópicos que aumentan situaciones que ya nos encontramos en nuestro mundo. Ya en las primeras imágenes se nos presenta unas imágenes de movimiento vertical, generalmente dando la vuelta a la cámara o buscando el reflejo en el agua. De esta forma Cronenberg nos esboza esa intención que el periplo del personaje será un viaje vertical, sin moverse de esa hipotética isla, el escritor James Foster saldrá de ese mundo algodonoso e inofensivo del resort para adentrarse por rincones cada vez más obscenos y turbios.

La clave de todo es que James se siente un náufrago dentro de su existencia, escribió un libro sin gran repercusión y parece que espera a una manifestación de la providencia para entregar al mundo la siguiente entrega de su obra. Falta de talento, comenta el propio James durante una comida al inicio. Puede que sea eso. Tuvo la gran fortuna de casarse con una mujer estupenda y encima rica llamada Em, cuyo padre es un editor que no simpatiza mucho con James, que básicamente vive de su mujer, de forma que, si vas uniendo esos puntos, te das cuenta que James se siente también un impostor que utiliza su propia cara como máscara. Por eso, cuando conoce por casualidad a Gabi, otra turista del resort, cree que por fin ha topado no sólo con una figura que le atrae, también un punto para vivir experiencias más jugosas, y encima dice que es una de sus lectoras, de modo que su vanidad termina de empujarlo a un viaje al fondo de la noche.

Y es que partiendo de un punto dónde James es un pardillo retraído y un tipo comedido y pudoroso, vivirá ciertas experiencias que le harán contactar con su lado más salvaje y beberse el tuétano de las atrocidades. Una de las críticas que creo leer a pie de página es que esa imaginaria Li Tolqa, de aspecto mediterráneo empapada de nociones georgianas, es otro de esos lugares dónde se ha creado un mundo aparte dentro del propio país, al gusto de los turistas, adaptando para ellos las leyes, destinándoles los mejores emplazamientos, recursos naturales y energéticos, que les hace vivir en una burbuja. En el primer tramo de la historia eso se expresa con el resort, cuyos acceso encima están vallados y protegidos como una base militar, potenciando esa sensación de feroz aislamiento y la distancia entre los que tienen dinero y los que no. En la deriva hacia la violencia, ese mundo ensimismado e irreal se instala en la mente de esos turistas, que al sentirse ajenos a la realidad de la isla, y finalmente adaptándose a las penalizaciones, que en el fondo respeta sus vidas gracias a su dinero, se comportan como verdaderas bestias viciosas y se convierten en una atroz banda criminal que deja a Alex DeLarge y sus drugos como meros niñatos ruidosos y algo revoltosos.

Y ahí veo yo que se encima el segundo punto de crítica de Cronenberg. Porque para que todas esas situaciones de brutalidad sean posibles y que sean capaces de tolerar las humillaciones a las que le someten las autoridades después que cometan crímenes es porque en el fondo la moral de ese grupo de turistas ricos es del todo degenerada, alimañas de buena apariencia que en el fondo se pueden adaptar a las condiciones más brutales por tal de buscar su ración de excitación, traspasando no pocas fronteras éticas.

"Infinity Pool" es por lo tanto una crítica muy bien articulada y atrevida entorno al hedonismo irresponsable, incapaz de mirar más allá de su propio ombligo, un mundo que ya en las primeras escenas, con una serie de frases (cómo ahora "no sobreviviría a otra cena en el chino") que descontextualizadas se demuestran absurdas porque absurdo es en el fondo ese mundo de los resorts turísticos, lugares que están en un país y a la vez fuera de ese mismo país, compuestos para gente que en el fondo desdeña a toda esa gente al otro lado de la valla y por lo tanto detesta el país verdadero que están visitando. La dimensión excesiva que alcanza la narración sin duda es una medida de la atrocidad cometida por ese turismo de lujo en espacios de miseria. Un mundo insalubre se mire por dónde se mire.

Brandon Cronenberg hereda ciertas influencias literarias de su padre, como ahora Philip K. Dick y sobre todo James Ballard, que también escribió novelas de temática similar a lo que Brandon Cronenberg ofrece en "Infinity Pool", una experiencia potente y desafiante, que tras esa fachada de brutalidad hallamos una meditación acerca de los múltiples absurdos y excesos que, sobre todo ahora que es verano, se experimentan sin reparar en sus contornos irreales que se representan ante nuestros ojos, tan necesitados de descanso y relajación.
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Jean Ra
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7
21 de julio de 2023
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director polaco Jerzy Skolimowski es un verdadero superviviente de la cinematografía europea, un hombre que, cuando ya tenía más de 84 años, reunió fuerzas para lanzar otra nueva bala, que se añadió a su filmografía, que cuenta con casi veinte largometrajes a sus veteranas espaldas.

Para este título, Skolimowski parece tomar como mecanismo poético la máxima de los activistas pro derechos de los animales, que en ocasiones antropomorfizan los sentimientos de los animales porque los ven como semejantes, iguales dentro de un mismo ecosistema, de forma muchas veces proyectan sus propias emociones en los animales. Así, presenciamos las peripecias de Eo, un asno no especialmente grande o brioso, en quien se proyectan las cualidades del estoicismo, la paciencia, la integridad y dignidad de un ser que atraviesa el mundo sin hacer daño a nadie.

Es inevitable que esta versión nos recuerde a la película de Robert Bresson “Al azar de Balthazar”, dónde aquel asno se elevaba a símbolo de la bondad y establecía entorno a él una escala con seres humanos que van de lo vil a lo bondadoso. El director polaco todavía se implica más en las posibles emociones de este burrito hasta convertirlo en un héroe romántico, que sufre mil penurias y siempre recuerda a su amiga Cassandra, que convivía con él en el circo, y fue quien más lo amó, tanto que al final transmite la sensación que existe enamoramiento más que un fuerte vínculo de amistad. Sé que esto conmoverá a no pocas personas, a mí me resultó quizás demasiado artificial, si bien el tono general de la obra es de cuento, ahí se insufla demasiada fábula pastoral.
Eo recorre Polonia y llega a Italia, a su alrededor también se concentran desde lo más violento y abyecto en forma de unos hooligans polacos, hasta que vagabundos anarquistas que lo liberan de forma desinteresada. El que más me interesó fue el camionero polaco que transporta a Eo y unos caballos hacia Italia, un personaje iluminado con luces rojas, que en la simbología del filme se asocia con la muerte y el mal, y sin embargo por sus actos demuestra generosidad a pesar de la ambientación ligeramente peyorativa que se crea a su alrededor.

Por descontado, Skolimowski no se limita a dibujar la relación del asno con las personas, también con el resto del ecosistema, la fotografía recrea entorno a ese animal un mundo envolvente, de matizadas texturas verdes en el bosque y en cambio recurre al feísmo para mostrar la civilización humana, una experiencia visual muy cuidada e inmersiva, también un mosaico amplio y matizado de la condición humana, aunque menos de lo que podría esperar en una obra de mayor entidad.

Otra película con la que comparte cierto hermanamiento espiritual es “Gunda”, dirigida Viktor Kosakovski, un documental acerca de un cerdo que algún usuario de esta web calificó de propaganda totalitaria del nuevo orden mundial. Una película sobre un cerdito también es totalitarismo para algunas pobres cabecitas. Lejos de eso, en ambos títulos lo que sí se hace es apelar a la empatía del espectador, a sus emociones para que mire con más sentimiento a los animales, si bien tanto humanizar a los animales puede crear imágenes un tanto deformadas del mundo natural, en general no tan beatífico y bondadoso, el reino animal también es depredación y matanza, pero ésta no es la ocasión para recordar tal idea, si no en recrear en las poderosas imágenes del veterano director polaco y acercarse con más bonhomía a las otras especies con las que compartimos espacios. Una obra conmovedora y tierna, que no vendría mal enseñar a los más peques para recordarles las bondades de la empatía y la generosidad.
Jean Ra
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9
20 de julio de 2023
145 de 194 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al terminar de ver “Oppenheimer”, la sensación que me queda es que toda la obra anterior de Nolan en verdad ha sido una preparación para este título, su gran salto, su propuesta más ambiciosa, que condensa ciertos rasgos de las anteriores para abordar el punto más trascendental de la Historia contemporánea, tanto que a día de hoy, con la guerra de Ucrania luchándose en el frente oriental, sale a flote cada vez que los bandos quieren intimidar al enemigo y poner sobre el tapete la terrible idea de la destrucción mutua asegurada.

Es decir, esas tramas que son unos amagos narrativos que al final descubre un truco final como en "The Prestige", los elementos de física cuántica como en "Origen" o "Interstellar", la II Guerra Mundial como en "Dunkirk"... de todas las anteriores parece, en mayor o menor medida, tomar algún trozo para añadirlo en su apuesta, que parece surgir con la intención de obra cumbre. Si no lo es, a Nolan se le deberá ocurrir algo verdaderamente genial. La paz mundial o algo por el estilo.

Si bien el largometraje se abre mencionando a Prometeo, todos sabemos de sobra que tanto la bomba H o la bomba atómica son un ejercicio de destrucción masiva que se lleva por delante a inocentes y malvados. Por lo tanto, también se podría señalar a Shiva, la deidad hindú de la destrucción, cuyas demoliciones luego sirven para la regeneración.

He de reconocer que mis ideas iniciales de la película se han visto claramente superadas. Pensaba que iba a abordar el proceso que llevó a Oppenheimer y su equipo a idear y crear la bomba atómica, luego quizás algún tipo de añadido moral acerca de los peligros atómicos y poco más. Creía que taparía sus coqueteos con el comunismo y sus ideales de izquierda y poco más que un ejercicio completo de simplificación y aseo por tal de presentar a un personaje muy querible para mayormente gente que no le interesa demasiado. Y lo cierto es que no, el Oppenheimer que Nolan representa es una personalidad compleja, llena de aristas, a veces altivo y desagradable, mercurial y errático, pero cuando se concentra en un punto traspasa fronteras y puede ejercer como fuerza de arrastre a otras mentes brillantes. Una de las tesis de "Oppenheimer", que se pone muy en relieve cuando es juzgado por la junta de seguridad, es que a pesar de sus logros no era persona de una sola pieza y que a pesar de las cosas que a la moral dominante pueda opinar, a final de cuentas son necesarias personalidades excéntricas para dar con hallazgos y ascender nuevas cimas, más altas que las anteriores.

Muchos de los personajes que desfilan por la pantalla, tales como Nils Bohr o Heisenberg, también aparece en la novela del chileno Benjamin Labatut "Un verdor terrible", que también examina los pilares de la racionalidad moderna y aborda la tesis que el hombre ha alcanzado tal punto de conocimiento que ya no puede comprender el mundo que lo rodea, un conocimiento tan profundo que convierte la percepción de realidad en apenas una minucia y en verdad resulta desasosegante. Nolan no llega tan lejos, pero el principal dilema de Oppenheimer es precisamente haber ido demasiado lejos, a un punto tan excesivo que podría resultar la gran destrucción final.

Nolan demuestra no poco atrevimiento posicionándose y elaborando la tesis que el cambio de talante de Openheimer, del ego maníaco que quiere culminar el proyecto Manhattan y poder crear la bomba atómica al científico preocupado por el alcance del invento que él contribuyó a idear dista cierto escrúpulo, que una vez se demuestra que pueden crear la bomba atómica su utilización le abruma mucho más de lo que supuso y que por eso quizás realiza una serie de movimientos intrincados para desentenderse de lo que ocurrió después de Los Alamos.

No es más que una más de las múltiples dualidades que se afrontan durante la narración. El poder científico en colisión con el poder militar, la lucha política, América contra el comunismo, la visión dionisíaca (representada por el papel de Florence Pugh) contra la apolínea (representada por el papel de Emily Blunt), como el cruce de estas diferentes dualidades pueden convivir mientras sea por poco tiempo, si no, se vuelven rechazables, incluso abyectas si se mezclan demasiado (la escena imaginaria del coito durante el juicio es su paroxismo). La verdad, aparte de su espectacularidad y su acostumbrado brío narrativo, Nolan ofrece una propuesta digna de ser vista varias veces para extraer una experiencia más completa y potente. No lo creía capaz de culminar su proyecto con semejante brillantez. Se siente que en todos los aspectos que antes no destacaba en esta ocasión sí lo ha hecho (encuadres, diálogos, perfilado de personajes), todo se siente logrado y que se ha logrado el milagro de crear un blockbuster de sólidos fundamentos, que te toma y te arrastra con su brío mientras a la vez dibuja un mundo con veracidad e inteligencia. En ese sentido, me quito el sombrero cordobés.
Jean Ra
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