«El apartamento» es una buena comedia romántica. Inverosímil desde el comienzo, con logrados puntos de humor cimentados en la personalidad de trepaperdedor de Lemmon, y de la enamoradiza MacLaine. Con una fotografía genial y con imágenes que quedarán en el recuerdo de la historia del cine.

Había leído mucho sobre «El apartamento» antes de verla. Muchas opiniones remarcaban el carácter de la película para entender las estructuras de poder capitalistas. Mientras veía la película, todas esas estructuras me parecían una parodia. Demasiado exageradas para poder obtener de ellas una buen crítica. Con un final tan sumamente estúpido que cualquier símil con la realidad hubiese sido una mala producción.

En algunos momentos, la comedia se pierde, y aparece una especie de drama pedante. Pero por suerte, el drama se rompe con el desenlace que llega a recordar al final de «La dama y el vagabundo».

Sin lugar a dudas ver «el apartamento» como algo más que una comedia romántica de los años 60 es una pretensión. Es solo eso, nada más, una comedia romántica, con buenas actuaciones de sus protagonistas en unos papeles singulares. Y con la dirección de un notable director de cine que nos hará pasar un entretenido rato.

Ira desarrolla la historia de unos periodistas que quieren investigar las diferentes políticas penales a nivel mundial. Su historia se modificará al cruzarse con César.

Intrépida y de original estructura, Ira mantiene al espectador enganchado en todo momento. Genera tensión y dramatiza de manera moderada con los recursos necesarios. Nada sobra. Nada es un exceso.

Además, la película abre un debate interesante. ¿Está bien el ojo por ojo? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar por implantar justicia? ¿La pena de muerte es un sistema justo a aplicar a algunos crímenes? ¿Seríamos capaces de matar?

No obstante, a pesar de su perspectiva realista, la película adolece, en algunos momentos, de retorcidas escenas que le dan un amargo toque de inverosimilitud.

Seguro que hay poco que reprochar a la actuación de Darín y Renier, pero el elefante blanco no cuenta nada nuevo. Típico cura bueno, que se enfrenta a la malvada iglesia para intentar solventar un problema para el que solo los héroes están preparados, esos héroes ocultos que después consiguen la fama. La historia nos acerca a la realidad de Argentina, bastante desconocida, mas cerca del resto de América Latina, que al turismo provincial de Buenos Aires. Drogas, acción, amor, con puntales de una historia real.

Nolan vuelve a sorprendernos en Dunkerque con una lograda puesta en escena acompañada de unos efectos de sonido constantes en toda la cinta. Intrépida y belicosa, la película genera tensión permanente.

Del hecho histórico existe mucha literatura escrita. No creo que la intención de Nolan sea revisionista, más bien todo lo contrario. Es cierto que es parcial al mostrar solo una cara del conflicto, pero tampoco creo que la intención de Nolan haya sido mostrarse riguroso, sino más bien realizar un producto clásico, bélico y de acción.

El guion parcializa la trama en diferentes frentes a los que les otorga espacios temporales diversos y los mezcla hasta cerrarlos como un perfecto puzle. Es original sin ser retorcido o complicado.

Por desgracia, la cinta peca de amarillismo y unas cuantas escenas se despeñan por los lugares más comunes de las películas bélicas. De haber prescindido de esas tomas se hubiese conseguido una producción más atrevida; no obstante, me temo que estas tomas, sensibleras y de lágrima fácil, asegurarán más dólares en taquilla.

Sin duda, Dunkerque pasará a formar parte de los clásicos del cine bélico.

Suburra narra varias historias cruzadas de mafiosos y corruptos. Acción mezclada con despotismo, vanidad y drogas ponen en entredicho la moralidad de los personajes y de la sociedad. La película impresiona visualmente con unas cuidadas tomas de una potencia desgarradora, a la vez mezcladas con una acertada banda sonora. En algunos momentos de la película, aparecen imágenes que pudieran ser acortadas, pero de manera acertada son alargadas para ensimismar al espectador.

Existe también una historia subyacente, que corre paralela a la principal y que parecería no entrometerse en la misma. Dos historias paralelas que nos ubican en espacio y tiempo, y que nos predisponen a analizar el trinomio religión-mafia-corrupción política. Una unión quizás inseparable, o al menos, aun siendo independiente, con unas simetrías y paralelismos para analizar.

Por eso el éxito de Suburra, su buen hacer no se detiene en la potencia visual de unas imágenes que sobrecogen al espectador, ni tampoco en un buen equilibrio entre las escenas de acción y la presentación de los personajes. Su existo radica en esa historia subyacente que vertebra la trama principal de la película.