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España España · MÓSTOLES
Críticas de Lucman
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Críticas 23
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
29 de marzo de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando una película de ciencia-ficción da prioridad a la línea argumental por encima de los efectos especiales, es inequóvoca señal de que el contenido puede plantear una trama que merezca la pena.Estéricamente Kurk Neumann no se plantea aterrorizar al espectador ni impactarle emocionalmente con escenas espectaculares o macabras, su alcance va más allá, mostrándonos un film pleno de situaciones agobiantes donde unos personajes van siendo desbordados en sus deseos de doblegar a un ser insignificante (la mosca), a través de una sucesión de infructuosos intentos.

La experimentación científica tiene sus riesgos. El desafio a lo desconocido implica la intromisión de elementos al azar que puedan dar al traste con un proyecto importante. Aquí, el intento de teletransportación de la materia -avanzadisima propuesta para la época en que fue rodada-, fracasa al intervenir en el proceso un inoportuno insecto De nuevo el "mito del Dr Fausto", aparece a través de un científico artesanal y ambicioso (Al Edison), que en la austeridad de su laboratorio intenta -y "casi" consigue-, uno de los grandes sueños dl hombre.

Hoy nos puede resultar un tanto anacrónico y hasta algo ingénua su pretensión descubridora con tan escasos medios técnicos, pero como idea es perfectamente válida, y en los grandes laboratorios actuales es muy posible que tal proyecto llegue a consumarse en fechas no lejanas.

Pero, curiosamente, la película añade otro elemento de intriga al argumento: la responsabilidad de la mujer del científico (Patricia Owens), frente a unos hechos dramáticos que resultan inaceptables como "modus operandi" para la pragmática visión de un inspector de policia (Herbert Marshall). Ella emprende el intento de salvar la vida de su marido en una extraña misión que le resulta de todo punto incomprensible, y en la que, al final, se ve señalada como principal acusada de un desconcertante suceso Aquí es cuando el hermano de la víctima (Vicent Price), asume el papel de su defensor a ultranza, intentando atenuar el alcance de su supuesto culpabilidad.

Nos encontramos ante un caso de muerte en extrañas circunstancias. La incertidumbre subsiste a lo largo del film hasta su mágnífico desenlace, cerrando el caso la sorprendente decisión final del inspector Charas.

La atmósfera creada por K. Neumann se hace angustiosa, con la presencia casi contínua de la gran protagonista: "la mosca". La escena del intento de su captura en el salón de la casa está verdaderamente conseguida, alcanzando cotas de un humor negro que dificilmente dejará indiferente al espectador. Película de bajo presupuesto, con efectos especiales mínimos, donde apenas se muestran exteriores; los planos largos y los diálogos cobran un protagonismo pleno.

No fue K. Neumann un director afortunado, la mayoría de sus films deambularon, sin pena ni gloria, entre películas de la serie Tarzán, aventuras exoticas, y algún wester de poca enjundia. Tal vez fue esta pelicula la que salvo su prestigio en un último intento de ofrecer un trabajo original y valioso.
Lucman
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9
8 de marzo de 2014
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Keisuke Kinoshita es uno de los directores japoneses menos conocidos en nuestro país. Las distribuidoras no han sido justas con éste magnífico cineasta, autor de films tan importantes como: "Tiempos de alegía y dolor", o "Un amor inmortal". En "La balada de Narayama", nos muestra el sacrificio de una anciana totalmente identificada con el sistema imperante de valores tradicionales en una aldea japonesa de antaño. Este país se ha caracterizado, durante largos periodos de su historia, por fomentar entre sus habitantes la adhesión -con voluntad religiosa-, a las normas establecidas por leyes que, a los occidentales, nos resultaría sumamente difícil de aceptar. El rigor del código moral del Bushido, que formaba parte inviolable del sentido del honor del Samurai, se ha mantenido durante siglos, sostenido sobre un sistema patriarcal fuertemente jerarquizado que impregnó sus diferentes estamentos sociales. De ese modo, el hombre, como pieza suprema de la sociedad, no debe anteponer sus deseos a las normas establecidas, aunque estas exijan -en momentos determinados-, el sacrificio de su propia vida.

Lo vemos con claridad meridiana en esta solemne y esplédida balada. Kinoshita nos envuelve en el marco del Teatro Kabuki para contarnos la historia de una anciana, que, según la tradición del lugar al llegar cualquier habitante los setenta años debe abandonar el poblado y subir a la montaña de Narayama para dejarse morir allí, y de ese modo no ser una carga económica para los habitantes de la aldea. Durísima norma que exige una convicción absoluta por parte de quienes deben cumplirla. Ella lo acepta sin tituveos, convencida de que ya no tendrá que ser una carga para nadie. La tragedia surge cuando su hijo, atormentado por la idea de perder a su madre -que en modo alguno se encuentra en estado decrépito, y sigue capacitada para cumplir con sus funciones domésticas-, se revela contra tal idea, aunque finalmente acate subirla él mismo a la montaña. Sin duda el momento más emotivo y logrado del film. Un largo "viacrucis", que nos recuerda la subida al Gólgota de Cristo.Ignoro si Kinoshita intenta hacer un simbolismo con cierto paralelismo entre ambas, pero, ciertamente consigue crear una tensión dramática enormemente impactante.

Notable acierto del director, es mostrarnos el contraste de actitud entre los diferentes personajes que habitan en la aldea y la madre. Solo ella -aún pudiendo eludir su sacrificio-, lo acepta estoicamente, sin caer en actitudes sensibleras, mientras otro anciano, en situación similar, se siente atenazado por el miedo, negándose a cumplir con la dura tradición.

No decae, en ningún momento, el ritmo de la película, donde la fotografia, la música sincopada, y la escenografia -basada en decorados artificiales del Teatro Kabuki, como ya he mencionado-, orquestan la magistral interpretación de Kinuyo Tanaka, llenando de contenido y belleza una historia de honda intensidad dramática. Otra muestra más de la genialidad de un gran creador japones: Keisuke Kinoshita.
Lucman
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9
10 de diciembre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este magnífico trabajo de recogimiento intimista, dolor, y soledad, Vittorio de Sica aborda una vertiente muy especifica y original. Nos cuenta la historia de un funfuncionario jubilado, solitario, sin familia ni amigos,con ingresos que apenas cubren el mínimo para la supervivencia, huesped en una pensión de baja estofa y sin otra compañia que el único ser con el que mantiene un fuerte vínculo afectivo: el perro Flike. Un simpático can que le acompaña a todas partes y le ayuda a mitigar la amargura de su desdichada existencia.

A pesar de los ingredientes que componen la película, De Sica , ha sabido soslayar, con mano maestra, el peligro de caer en sensiblerias de pastiche, o en los ya habituales desmadres emocionales, tan del gusto de los cineastas de la época, manteniendo con fiemeza su buen pulso la nave, evitándole zozobrar en los meandros de la lágrima fácil,o la acción delirante.

El exhibicionismo emocional, recargado con sus tintes habituales flokloricos y coloristas, es un mal difícil de soslayar dentro de los estereotipos en que se ha movido del cine italiano durante décadas -aunque ahí haya radicado, también, parte de su éxito. Pero no es este el caso de que nos ocupa. De Sica nos ofrece un personaje contenido, firme en su dignidad, parco y austero en sus necesidades, incapaz de someterse a la humillación de la limosna -magistral su escena en una calle de Roma-, venciendo la tentación de implorar limosna a los transeuntes-.Umberto es un estoico pletórico de nobleza , a quien ha tocado vivir una época donde las gentes necesitadas recurren a la continua picaresca, o sucumben.

El desamparo, por parte de quienes deberían ayudar a paliar la escasez de los más necesitados, queda bien reflejada en una ámplia elipsis que recorre desde las instituciones, oficiales a los funcionarios bien acomodados que contemplan, con desden, las carencias de quien en otra hora fue un compañero de trabajo más, negándole cualquier ayuda.

No se tamnalea el espíritu de Umberto frente al rechazo de los otros sino ante el momentaneo extravio de su Flike, al que busca desesperadamente em unas escenas plenas de belleza e intensidad dramática.

No podia haber encontrado de Sica mejor actor que Carlo Battisti, para encarnar a este difícil personaje, otorgándole mesura contenida, lucidez, y una enorme calidad humana. El resto de los personajes no dejan de ser tangenciales, salvo la dueña de la pensión y la joven y cándida sirvienta de la casa.

Los personajes de la calle, esa humanidad que transita hundida en sus angustias personales causadas por la devastación de la reciente guerra, y que con tanto protagonismo aparece en películas como "El ladrón de bicicletas", o "Roma ciudad abierta", abre paso, aquí, a una historia de personaje casi único, como eje de cuanto en la trama acontece y epílogo de la misma.

Técnicamente, el cine de De Sica nunca hizo alardes innovadores ni pretendió otra cosa que contarnos historias creibles basadas en un sólido guión (esta vez de Cesare Zavattinni), y con unos actores plenos de talento, aunque, algunos, sobre todo en la etapa neorrealista, no eran profesionales. Película profusamente plasmada en secuencias interiores, con cámara fija y muy pocos trávelings -salvo en las escenas finales-, que nos ofrece, en todo momento, una sensación de atmósfera triste y sombria, bien secundada por la música de Alessandro Cicognini .

Obra clave, de una época y un cine que hicieron historia.
Lucman
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9
4 de diciembre de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas veces un director puede mostrarnos mayores contenidos con tan austeros medios, Ozu lo logra plenamente. Su éxito radica en saber transformar el lenguaje que subyace en escenas cotidianas, en una continua demostración de sutileza y sensibilidad, allí donde los silencios poseen un valor propio y las palabras no llegan a decirlo todo, sabiendo desnudar cada secuencia de toda superficialidad.

El film arranca con la visita de unos ancianos a casa sus hijos en una barriada de Tokio, y es ahí donde surge el conflicto generacional pues los padres no son tratados con las atemciones que ellos merecen. Esta es la primera sorpresa que Ozu nos ofrece, un gran choque entre el Japón tradicional -época en que se rendia culto a los mayores-, y el de la postguerra, donde empiezan a imperar otros comportamientos familiares. Los padres van aceptando con resignación la "carga" que comienzan a ser para sus vástagos, sumidos en una actividad laboral agobiante y el cuidado de sus propios hijos. El país nipón está saliendo de las ruinas de la guerra y necesita hombres y mujeres que trabajen duro para reconstruir su nación -que nunca se benefició de un "Plan Marshal" tal como sucedió en Europa-.

Surge la disyuntiva familiar, entre la dedicación temporal a sus mayores y las obligaciones del momento. Los hijos,aunque tratan de hacer lo más grata posible la estancia a los ancianos pagándoles un Hotel-Balneario, la convivencia sufre una ruptura, acentuada por el desafecto que sienten los nietos hacia sus abuelos. Con la salvedad de la joven viuda, aún firmemente apegada a la tradición, en su culto casi religioso al marido muerto en la guerra.

Ozu nos muestra el proceso de cambio y transformación de un país todavía sumido en valores ancestrales y la zozobra de tener que asumir otros nuevos llegados con la marea de occidente. Hay un sentimiento de fatalismo de lo cotidiano, de lo íntimo, que se refleja con notoria evidencia en este cineasta, más, si cabe, que en otros coetaneos suyos como Kurosawa, mucho más dado al virtuosismo de la épica.

Magnífica elección de actores, algunos de ellos formado en las escuelas clásicas de interpretación del teatro nipón. Impresiona ver esos rostros avejentados que muestran hacia el exterior una sonrisa amable, una actitud serena, mientras en su interior viven la tragedia de una relación filial que se diluye.

El tratamiento formal de la película obedece a unos esquemas muy utilizados por los realizadores japoneses del momento, más acentuados, si cabe, por el rigor de una cámara casi siempre situada a la altura de una persona sentada en el suelo, planos muy estáticos, traveling de muy corto recorrido, y breves secuencias exteriores ilustrando el hábitat de los suburbios de Tokio.

Sin duda, nos encontramos ante una película que marca el mejor periodo de un director que supo captar -con la sutileza de un haiku-, el espíritu de una generación que levó anclas hacia una nueva sociedad y un nuevo estilo de vida.
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Lucman
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9
10 de octubre de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
"La noche y el rio".

No fue un desafio sencillo el de Charles Laughton al realizar este film. Hollywood en los años cincuenta vivia momentos de esplendor del llamado "cine negro". Un cine que marcó una época y determinó la consagración de directores, guionistas y actores. Pero aquí, Laughton, no se limita a seguir los cauces clásicos del género, intenta ir más allá impregnando su film de un contenido onírico que le hace enormemente sugestivo.

Su exposición, planteada como un cuento, con un magnífico guión de James Agee (La Reina de África), nos cuenta una historia de "buenos y malos", desde una perspectiva maniquea donde se polarizan hasta extremos expresionistas el comportamiento de los personajes.

La historia no deja de ser original, al contarnos los intentos de conseguir un sustancioso botin por parte de un predicador desequilibrado y asesino.Su ubicación en la América de la gran depresión hace más intensos los perfiles del drama.El miedo es una constante que no nos abandona en ningún momento. La maldad del personaje central con su desesperada búsqueda del botín oculto -interpretado por un Robert Mitchum en uno de sus mejores papeles-, nos sumerge en un climax de tensión creciente hasta su desenlace final.

Tambien el mundo infantil tiene un protagonismo determinante, al mostrarnos -no sin cierta ironía-, la actitud de una pareja de niños donde el muchacho demuestra una capacidad resolutiva impropia de sus años, con sorprendentes recursos para eludir las siniestras intenciones del maléfico predicador. Hay magistrales escenas, como las nocturnas donde la parejita de hermanos huyen por el rio refugiéndose en un caserón abandonado, mientras Mitchum, a caballo, les sigue la pista incansablemente.

Son varias las claves que nos aporta el film para analizar: perversidad, avidez de dinero, misoginia, astucia infantil, lealtad filial, compasión y entrega desinteresada, cerrilismo popular. Todo ello plasmado a través de una magnífica fotografía en blanco y negro de Stanley Cortez, con tomas largas y prolongadas donde la falta de diálogo es sustituida por sonidos de la naturaleza, o por la soberbia voz de Mitchum, sumergiéndonos en un atmósfera cada vez más irreal y angustiosa.

Magnífica la elección de Laughton, en especial con los personajes del predicador, el niño (Billy Chapin), la viuda (Shelley Winters),y la buena samaritana, encarnada por una Lilian Gish impecable en su rol.

Pêlícula absolutamente recomendable para los buenos cinéfilos.
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Lucman
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