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España España · MÓSTOLES
Voto de Lucman:
9
Drama Una pareja de ancianos viaja a Tokio para visitar a sus hijos, pero ninguno de ellos tiene tiempo para atenderlos, por lo que deciden enviarlos a un balneario. Cuando regresan, la madre pasa una noche en la casa de una nuera, viuda de uno de sus hijos. A diferencia de sus cuñados, Noriko muestra afecto por sus suegros y conforta a la anciana. (FILMAFFINITY)
4 de diciembre de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas veces un director puede mostrarnos mayores contenidos con tan austeros medios, Ozu lo logra plenamente. Su éxito radica en saber transformar el lenguaje que subyace en escenas cotidianas, en una continua demostración de sutileza y sensibilidad, allí donde los silencios poseen un valor propio y las palabras no llegan a decirlo todo, sabiendo desnudar cada secuencia de toda superficialidad.

El film arranca con la visita de unos ancianos a casa sus hijos en una barriada de Tokio, y es ahí donde surge el conflicto generacional pues los padres no son tratados con las atemciones que ellos merecen. Esta es la primera sorpresa que Ozu nos ofrece, un gran choque entre el Japón tradicional -época en que se rendia culto a los mayores-, y el de la postguerra, donde empiezan a imperar otros comportamientos familiares. Los padres van aceptando con resignación la "carga" que comienzan a ser para sus vástagos, sumidos en una actividad laboral agobiante y el cuidado de sus propios hijos. El país nipón está saliendo de las ruinas de la guerra y necesita hombres y mujeres que trabajen duro para reconstruir su nación -que nunca se benefició de un "Plan Marshal" tal como sucedió en Europa-.

Surge la disyuntiva familiar, entre la dedicación temporal a sus mayores y las obligaciones del momento. Los hijos,aunque tratan de hacer lo más grata posible la estancia a los ancianos pagándoles un Hotel-Balneario, la convivencia sufre una ruptura, acentuada por el desafecto que sienten los nietos hacia sus abuelos. Con la salvedad de la joven viuda, aún firmemente apegada a la tradición, en su culto casi religioso al marido muerto en la guerra.

Ozu nos muestra el proceso de cambio y transformación de un país todavía sumido en valores ancestrales y la zozobra de tener que asumir otros nuevos llegados con la marea de occidente. Hay un sentimiento de fatalismo de lo cotidiano, de lo íntimo, que se refleja con notoria evidencia en este cineasta, más, si cabe, que en otros coetaneos suyos como Kurosawa, mucho más dado al virtuosismo de la épica.

Magnífica elección de actores, algunos de ellos formado en las escuelas clásicas de interpretación del teatro nipón. Impresiona ver esos rostros avejentados que muestran hacia el exterior una sonrisa amable, una actitud serena, mientras en su interior viven la tragedia de una relación filial que se diluye.

El tratamiento formal de la película obedece a unos esquemas muy utilizados por los realizadores japoneses del momento, más acentuados, si cabe, por el rigor de una cámara casi siempre situada a la altura de una persona sentada en el suelo, planos muy estáticos, traveling de muy corto recorrido, y breves secuencias exteriores ilustrando el hábitat de los suburbios de Tokio.

Sin duda, nos encontramos ante una película que marca el mejor periodo de un director que supo captar -con la sutileza de un haiku-, el espíritu de una generación que levó anclas hacia una nueva sociedad y un nuevo estilo de vida.
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Lucman
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