Hay películas que según te alejas de ellas se van olvidando, porque no aportan nada, por reiterativas, porque su obviedad queda disuelta en el seleccionador de recuerdos. Mucho me temo que, para mí, El duelo va a ser una de las descartadas; y mira que me gusta aprovechar todo.

Durante su desarrollo esperas que suceda algo diferente, o contado de una nueva manera, de lo que ya conoces del millar de wésterns (uno de tus géneros favoritos), que has visto a lo largo de tu existencia. Nada original tras cerca de dos horas.
Por supuesto, hay caballos, pistolas, hombres rudos y desagradables, salones de juego, mujeres marcadas, chicanos de tercera clase, predicadores zumbados, asuntos pendientes y venganzas aparcadas; que podrían crear un adecuado hábitat para la aventura. E incluso nunca viene mal ver campos abiertos, montañas en el horizonte, rapaces vigilando sus rebaños de serpientes cascabel, ríos que buscan un mar del que ni siquiera han oído hablar; máxime en estos días de confinamiento por el coronavirus.

Pero acaba esta intentona aventurera del australiano Kieran Darcy-Smith y sabes de inmediato que no ha encontrado la tecla que da el tono para un buen film del oeste; o ha utilizado un mal sucedáneo para aliñar esos ingredientes que suelen funcionar perfectamente con un buen aceite de oliva.