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España España · Cáceres
Voto de Sinhué:
9
Drama Cuatro sacerdotes conviven en una retirada casa de un pueblo costero, bajo la mirada de Mónica, una monja cuidadora. Los curas están ahí para purgar sus pecados y hacer penitencia. La rutina y tranquilidad del lugar se rompe cuando llega un atormentado quinto sacerdote, y los huéspedes reviven el pasado que creían haber dejado atrás. (FILMAFFINITY)
3 de abril de 2016
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocas veces se ha llevado al cine con tanta perfección y nitidez el asunto, no menor, de la pervivencia de la Iglesia como institución capaz de salir a flote, tomando las decisiones adecuadas para salvar el barco, aunque para ello haya que ahogar a los marineros.
A una empresa que ya cumplió los dos mil años no le tiembla el pulso cuando hay que enderezar el rumbo. Sus herramientas son poderosas y contundentes y sus capitanes son expertos en el manejo. La mentira, el ocultismo, la perversión, la hipocresía, el transformismo, la manipulación...., son armas que dominan y que engalanan con el adorno de la retórica y la palabra; haciendo creer a sus víctimas que esconden verdad, esperanza, caridad y recompensa en el más allá, si se sufrió en el más acá.

Da lo mismo si para alimentar sus debilidades destripan niños, matan opositores o trapichean con el diablo; ellos tienen la fórmula para ser perdonados por el Supremo: retiro y oración. No en balde han estudiado teología y dicen ser lápices en las manos de Dios, "el que escribe recto sobre renglones torcidos". "Nada sucede sin que El lo permita", si creyera que lo nuestro es una monstruosidad acabaría interviniendo, se dicen los unos a los otros para justificar sus felonías.

Pablo Larraín que, por sus orígenes conservadores, seguro conoce bien ese aleteo de buitres incombustibles, contribuye en el guión para dejar, blanco sobre negro, el auténtico espíritu de ese antiquísimo e influyente club que juega con las almas de los individuos como los niños malvados lo hacen con las ranas, las hinchan y las dejan caer desde las alturas.

Todo cuanto está escrito por encima aparece en El Club, la obra más meritoria, hasta el momento, del director chileno. Por supuesto que es según mi punto de vista; pero mi comentario que a alguno pueda parecerle poco cinematográfico, creo que condensa la médula del film en el que sus protagonistas: delincuentes sin cárcel, víctimas y representantes de la jerarquía parecen emerger más de la realidad de un documental a bocajarro, que de la ficción tratada en una mesa de montaje.
A quienes duden de mi objetividad puedo aportarles, como currículum de interpretación de guiones de cine, basados en lo eclesiástico, mis seis años de internamiento en un seminario, tratándome con algunos individuos de parecido pelaje al de los padres: Ortega, Silva, Lazcano, Vidal, García y Ramírez.

Claro que hay otras cosas en El Club que merecen ser comentadas: la luz difusa, esa que Dios no ha conseguido "separar de las tinieblas" (Génesis 1), y que tanta suciedad y verismo aporta a la historia. Frases para enmarcar, que no son de mi zurrón: lo de la "longeva empresa que dura 2000 años" (está en el guión) y "Si se acaban los pobres se nos acabarían los santos, y eso sería gravísimo" lo dice el cura castrense, fiel servidor de Pinochet. También la colocación de la cámara y el seguimiento que hace de los personajes es digno de tener en cuenta, pòr momentos escuchamos el nauseabundo aliento de confesor morboso que come caramelos de eucalipto...... Pero todos estos hallazgos, de buen profesional, no son si no herramientas que utiliza Pablo Larraín para contar un dantesco episodio, más usual de lo que pueda parecer.
Por supuesto que la institución tendrá valores positivos que se habrán encargado de remarcar otras películas, sobre todo si colaboraban en el presupuesto; pero en la visión de Larraín esos argumentos no están y no seré yo el que estropee una buena obra dulcificando mis conclusiones.

Las actuaciones rayan el perfeccionismo. El método de trabajo de estos actores, muy habituales en la filmografía de Pablo, consiste en hacer desaparecer al intérprete dentro del personaje; y lo consiguen de pleno. Fundamental cuando el director quiere trasladarnos una desazón del calibre de la que nos ocupa.

El Club se la recomendaría a todo el mundo, pero especialmente a los creyentes y practicantes de la Iglesia Católica que deberían adoptarla como un ejercicio de autocrítica y no como un ataque anticlerical.
Sinhué
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