Danny Boyle, digámoslo ya, es un cineasta irregular: la calidad e interés de sus propuestas sube y baja -ora por excesos estilísiticos, ora por saltos de tono y género de un film a otro- lo cual configura una filmografía a ratos inclasificable, a menudo arriesgada y casi siempre esencialmente potente en los aspectos audiovisuales.

Su primera película es un ejemplo de ello. Pese a ramalazos iniciales que anuncian ya "Trainspotting" -Ewan, un montaje brioso, una BSO cañera- la cosa cambia y deviene en una suerte de versión british de esos thrillers de inquilinos y homicidios que parió Hollywood en los ochenta a pares.

Y el film cae: incongruencias varias, cambios de comportamiento en los personajes poco comprensibles, un trabajo de cámara menos interesante de lo que se esperaría en este cineasta, plot holes varios, algunos clichés y una resolución decente que no sirve para cerra satisfactoriamente una historia que por entonces ya lleva dando vandazos muchos minutos.

Claramente, un film menor.