Ríanse ustedes de la actual crisis energética, de los cada vez más desorbitados precios de luz y gas. Créanme somos unos privilegiados. Imaginen vivir en una gélida cueva hacia al final de la última gran glaciación (eso sí que fue cambio climático y lo demás es tontería) dependiendo de un fuego que hay que mantener constantemente vivo pues se desconoce el modo de crearlo y sólo se obtiene cuando surge de forma natural, como en un incendio causado por un rayo, o se roba a otro grupo de homo sapiens o aún peor a algún temible clan de neandertales. Y así da comienzo la historia de esta película, que a mi juicio es la mejor de las basadas en la prehistoria humana, con un pequeños grupo de los primeros ya antes mencionados (o sea, de homo sapiens) que tras una algarada con un grupo de los segundos también antes mencionados (es decir, de neandertales) al huir cruzando un río vadeable, en un tropiezo, se extingue el último ascua del vital, y a la vez enigmático, fuego. Entonces, los tres miembros de esta pequeña tribu que parecen más avispados, emprenderán un emocionante viaje… En busca del fuego. A través de un mundo en el que conviven los últimos mamuts, temibles neandertales caníbales, nuestros ya conocidos, primitivos y cavernícolas homo sapiens y otros grupos de éstos más avanzados que ya habitan en incipientes poblados neolíticos… mientras conforman las primeras sociedades humanas.

Una historia con un gran sentido del humor, donde aunque pareciese lo contrario discurre más allá de los instintos más primarios. Un relato sin diálogos –salvo unos pocos en un ininteligible idioma– pero que se sigue y se comprende a la perfección. Y que desprende, a pesar de todo, cierta admiración hacia el género humano, o al menos hacia sus primeros pasos…

Una película muy bien realizada que dio como resultado una producción optimista y entretenida pero a la vez poco habitual y por lo tanto sorprendente… maravillosamente sorprendente.