Primero he de reconocer que nunca me gustó, el cómico Ben Stiller, por razones que no voy a enumerar ahora. Pero, esta comedia, protagonizada por él, sí se me hizo divertida. No sé si fue, por el desarrollo de su argumento, por la motivación que me provoca el que, los siempre acorralados pececillos, se enfrenten al voraz tiburón o por algunas otras razones que no consigo alcanzar, entre las que no descarto; cierta conmiseración hacia el renacido y viejo conocido, Matthew Broderick (uno de aquellos actores, eternamente adolescentes, de los ochenta) o, la perversa fascinación, que me excita, el anhelo, de habitar una torre donde todo es lujo y servicio esmerado y, este último, infatigable si se añade una buena propina a fin de mes junto a la mensualidad para la comunidad. Y quizá sean, éstas, las únicas razones, que me hicieron disfrutar con su visionado, porque, además, Eddie Murphy (en esta ocasión, sólo cómo un coprotagonista más), tampoco, ha sido, nunca, santo de mi devoción. Al lado contrario, contrapeso, al siempre sonriente Alan Alda (quien hace el papel del malo), al que seguí desde la excelente y mítica serie, “M.A.S.H.”, allá por los inicios de los setenta; y es un actor que, desde entonces, siempre me encantó…

Se me hizo, verdaderamente cómica y entretenida, durante el robo en el ático de Alda, mientras ingenian, cómo llevarse un Ferrari que no sale por la puerta, mientras que, por la fachada, hay más de veinte pisos de caída; lo que convertirá, su substracción, literalmente, en un golpe de altura...

Resumiendo, una comedia que se deja ver, con la que matar el tiempo, sin más pretensiones, pero sin nada más, sin nada en especial, ni nada que destacar...