Cuando uno paga la cuota mensual de Netflix lo hace con el propósito de tener acceso privilegiado a pelotazos como “Narcos” (ídem, 2015) o “Stranger Things” (ídem, 2016), es evidente. Con lo que no cuenta —en principio o, al menos, en mi caso— es que asimismo encontrará cintas como esta “Spectral”, ejemplar producto de entretenimiento sin otra pretensión que hacer pasar un buen rato al espectador.
Efectivamente, estamos ante una correctísima serie B en la que nada chirría —ni siquiera los efectos digitales, siempre traicioneros— porque todos los elementos implicados, desde su director —un debutante Nic Mathieu al que habrá que seguir la pista— hasta la empresa de catering, asumen con naturalidad la modestia de la materia prima con la que trabajan.
En bastantes ocasiones, “Spectral” recuerda a “Black Hawk Down” (Black Hawk derribado, 2001). Eso sí, con mucho menos músculo presupuestario y cambiando la horda de somalíes armados con AK-47 por una jauría de ectoplasmas moldavos igual de cabreados e inmunes a casi todo. Por si semejante declaración de intenciones “pulp” pudiera saber a poco, la acción se desarrolla con saludable sentido del ritmo, aunque no por ello de manera atropellada.
De un tiempo a esta parte, pocas películas logran resolver satisfactoriamente la ecuación que supone el acoplamiento entre espectáculo y cadencia narrativa, optando en su lugar por aturdir al respetable metiéndolo en la centrifugadora junto a la ropa sucia y al operador de cámara. No es el caso de “Spectral”, adornada de una inopinada sobriedad visual. Incluso los planos subjetivos, deudores de las decenas de “shooters” que tanto han empobrecido la imaginería cinematográfica, se insertan con mesura.