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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
3
Ciencia ficción. Romance En un futuro, tras demostrarse científicamente que hay vida después de la muerte, millones de personas de todo el mundo se suicidan para pasar a la otra vida. Un hombre y una mujer se enamoran mientras tratan de asimilar sus trágicos pasados y la verdadera naturaleza del más allá. (FILMAFFINITY)

29 de abril de 2018
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Pocas cosas —que te arranquen las uñas, patinaje en familia— se me ocurren más insufribles que una película mala con pretensiones de obra maestra. “The Discovery”, con sus injustificados delirios de grandeza, constituye un ejemplo palmario de ello.
Un guión peor que epidérmico, rayano en la indigencia, se quiere honda reflexión en torno a los límites —morales y fisiológicos— de la ciencia médica, con el descubrimiento de actividad cerebral “post-mortem” a nivel subatómico —y no estoy de coña—. En efecto, mis muy respetados adoradores del bodrio, esto ya lo hemos visto. En la asimismo perversa, pero más divertida, “Flatliners” (Línea mortal, 1990), que tiene “remake” —imagino que de una calidad equiparable, o sea, ínfima— en la película del mismo título, de 2017 y aquí prolijamente titulada “Enganchados a la muerte”. Los motivos que se dan para la supervivencia de la mente tampoco son ningún prodigio de originalidad, aunque la referencia sí pueda parecer un tanto peregrina, allá va: “Casper” (ídem, 1995) —y sigo hablando en serio—. Por si fuera poco, el desenlace, consistente en una detallada explicación a la que sólo falta un “powerpoint”, acaba por remitir a los compartimentos estancos de que se componía el inconsciente en “Inception” (Origen, 2010).
Todo lo antedicho es una lástima, habida cuenta de las buenas maneras que apuntaba “The One I Love” (ídem, 2014), “opera prima” de su director, Charlie McDowell. De la frescura que atesoraba aquélla no queda en “The Discovery” ni rastro. Lo mismo cabe decir de las prestaciones de su reparto, excepción hecha de alguna que otra ocurrencia a cargo de Rooney Mara y, sobre todo, de Jesse Plemons, único —del equipo de rodaje al completo, incluido el responsable del catering— digno de ser salvado del naufragio. Porque Jason Segel manifiesta la misma habilidad fuera del género cómico que una foca, o un pingüino, en tierra firme. Alguien debería decirle que fruncir el ceño, en ocasiones, no denota intensidad sino unas irrefrenables ganas de pasar por boxes. Que pruebe otro gesto, que produzca y protagonice un “spin-off” de “How I Met Your Mother” (Cómo conocí a vuestra madre, 2005-2014). Pero que nunca, jamás vuelva a hacer caso, ni dirija la palabra, siquiera para felicitarle el cumpleaños —ni por Facebook—, a quien consideró buena idea un cambio de registro, “ya sabes, salir de tu zona de confort”. En cuanto a Robert Redford, compone una caricatura patética, no ya de neurólogo “freestyler”, sino de acelga ultra-medicada. En el caso de su personaje, las contadas sinapsis neuronales también suceden en un plano subatómico, o más bien meramente subnormal. En fin, que la edad de jubilación forzosa se sitúe en los 65 años no es capricho burocrático.
Carorpar
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