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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
8
Drama Cuando tenía trece años, Marcello Clerici le disparó a Lino, un adulto homosexual que intentó seducirlo. Años más tarde, Clerici es un ciudadano respetable, profesor de filosofía y va a casarse con Giulia. Pero ideológicamente Clerici es fascista, tiene contactos con el servicio secreto y se muestra dispuesto a combinar su luna de miel en París con un atentado contra un exiliado político italiano que había sido profesor suyo. (FILMAFFINITY) [+]
28 de enero de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un joven Bernardo Bertolucci adapta la novela homónima de Alberto Moravia con apropiado esteticismo viscontiano, recurriendo para ello a la maestría de Vittorio Storaro, quien entrega una de las direcciones de fotografía más admirables que puedan recordarse.
Efectivamente, el trabajo de Storaro en “Il conformista” es tan apabullante que éste acaba por eclipsar cualquier otra consideración. La hipnótica belleza de sus encuadres imposibles excede la función meramente expresiva para constituirse en obra de arte en sí misma.
Dicho lo cual, conviene señalar que, más allá de la memorable composición de sus imágenes, “Il conformista” es una película excelente, plagada de elementos muy destacables. El propio Bertolucci escribe un guión, justamente nominado al Oscar, que escarba en la psicología colectiva de su país a la búsqueda de las razones para el triunfo de la aberración fascista. La conclusión resulta demoledora, por perfectamente extrapolable a nuestros días: el malhadado acceso de Mussolini al poder es producto de la decadencia moral de una clase burguesa atenta sólo a la satisfacción sus instintos más bajos.
Marcello Clerici, el conformista del título, es la personificación de unos vicios cuya actualidad parece, lamentablemente, cada vez mayor, y cuyas consecuencias políticas están sucediendo ahora mismo delante de nuestras narices. Pero ya lo dice la vieja frase hecha: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
En cuanto a los intérpretes, Jean-Louis Trintignant compone el papel protagonista con la infinita y desesperante abulia que éste requiere, si bien no alcanza a transmitir el pretendido tormento interior que explicaría conductas tan censurables. Una luminosa, encantadora y pura sensualidad Stefania Sandrelli no se limita a secundarlo como el bonito florero que cabría esperar de la respetable esposa de un fascista, sino que llena la pantalla, robando el plano sin contemplaciones cada vez que la cámara sabia de Storaro se posa en ella, mimándola como si fuera de porcelana china. Mención aparte merecen sus ambiguas escenas junto a Dominique Sanda. El lesbianismo soterrado que dimanan constituye un sugerente anuncio del gusto de Bertolucci por un variopinto abanico de erotismos desacostumbrados —se entiende que lo último solamente en la gran pantalla.
Carorpar
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