A Netflix se le tienen ganas, y no por razones puramente artísticas. Una muchedumbre indignada acaba de descubrir que en la plataforma radicada en Los Gatos abunda la basura algorítmica. Casualidad o no, tal hallazgo se ha producido en el preciso momento en que van a tener que empezar a pagar para seguir viendo esos mismos bodrios de los que de pronto reniegan. En fin, que ya no pueden seguir tirando de la cuenta de su cuñado.
Sólo así me explico el vitriolo vertido por tantos «filmbros» a los que, de haberla dirigido Jordan Peele y tener detrás a, qué sé yo, HBO o el cartel Disney-Marvel-Lucasfilm, les habría dado palmas el culo. Porque «Los extraños» es una película por demás correcta, en la línea de ese terror psicológico de nuevo cuño, mezcla improbable de Polanski y «blaxploitation», dado a luz por el citado Jordan Peele, al que le han salido imitadores hasta de debajo de las piedras, unos con más éxito que otros. A mi juicio, Nathaniel Martello-White se cuenta entre los primeros. El actor y realizador británico acredita gran solvencia en la construcción de una atmósfera enrarecida por medio de un crescendo angustioso y sostenido que llega a tornarse irrespirable durante la, no por esperada menos turbadora —y «hanekiana»—, brutalización final.
Pero lo que sin duda resulta especialmente interesante en «Los extraños» es el «aggiornamento» que Martello-White hace de categorías marxistas como la de la alienación. Así, su protagonista —excelente, por otra parte, una Ashley Madekwe a la que conviene seguir la pista— vive en un mundo de todo punto ajeno, el patriciado blanco, interiorizando unos valores que tampoco son los suyos, sino los de la clase dominante, legitimadores, por ende, de la desigualdad y la explotación. Un momento, ¿me estás hablando de negros racistas? Que no te estalle la cabeza, joven «millennial» acostumbrado a mensajes masticaditos y con vaselina. También hay obreros de derechas. No querer verlo, cómodamente apoltronados en dicotomías de primero de demagogia, es hacerle el juego al (neo) fascismo.
Quizá ahí radique otro de los motivos para la inquina: Martello-White se atreve a romper los pueriles esquemas morales de nuestro tiempo, señalando las contradicciones de un sistema bastante más complejo —y, en consecuencia, lleno de patios traseros y rincones oscuros que preferimos ignorar— de lo que el inocuo audiovisual contemporáneo trata de vendernos, un «mundo feliz» donde no tienen cabida desenlaces de la ambigüedad —insoportable para muchos— de la que hace gala el de «Los extraños».