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España España · Valencia
Voto de Carorpar:
5
Acción. Drama. Thriller Año 1931. Hasta Jericó, Texas, un pueblo del Oeste medio fantasma solo llegan los gángsters de Chicago. Hasta que un día llega un misterioso desconocido, que busca un sitio para pasar la noche y se hace llamar Smith (Bruce Willis). Enseguida, se creará una peligrosa reputación y se verá envuelto en una lucha entre dos bandas rivales, quedando a merced de ambas. (FILMAFFINITY)
28 de febrero de 2013
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Divertida orgía de tiros a cargo de Walter Hill. No esperen excesivas razones argumentales para semejante derroche de balas. Ni las hay ni se pretenden. Tampoco es que uno pregunte por ellas, no vaya a recibir un disparo también, o el cargador entero. ¿Pero es que alguien precisa guión teniendo a Bruce Willis en plena forma y con la puntería fina? Súmenle a un Christopher Walken encantado en su rol de Christopher Walken... digo, de frío psicópata sin escrúpulos.
Sólo bajo el prisma de la incoherencia sin pretensiones tan necesaria en cintas de este pelaje puede perdonarse el prominente absurdo que trasluce a toda la trama. Éste no es otro que el pasmoso descaro con que el pistolero infalible que interpreta Willis ofrece sus servicios a una y a otra de las dos bandas enfrentadas a muerte sin que nadie tome cartas en el asunto- porque balas, lo que son balas, toman unos cuantos-.
No es la sutileza, ciertamente, uno de los triunfos en poder de Walter Hill, quien, además de dirigir, también firma orgulloso el simulacro de guión. Personajes y situaciones están dibujados con el grueso trazo del pulp más encantador. Tanto él como los actores, empezando por el protagonista, lo saben. Ello contribuye, y no poco, a que una, a priori, infumable basura manierista acabe disfrutándose como el divertimento estruendoso que en realidad es.
Lo mejor de "El último hombre"- junto a la habitual camiseta imperio del metrosexual de Bruce Willis- es, sin duda, la fotografía de Lloyd Ahern. Terrosa, mayormente ocre, coquetea con un sepia casi expresionista, y recrea con fidelidad la sensación de ese polvo que "se te mete en la boca" del que habla la voz en off un tanto pertinaz del pistolero sin nombre- una referencia cinéfila ésta, la del anonimato del pistolero, que, por recalcitrante, rehúso señalar (otra vez)-.
Sólo una cosa me desazona: el motivo, o motivos, que condujeron al traductor a quedarse a medias con el título. Tal vez una de las balas llevase también su nombre.
En fin, lo dicho: los porqués están sobrevalorados. Si acaso habrán de buscarse en el fondo de un vaso de whisky, o en el de un cañón humeante.
Carorpar
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