Nueva maravilla de Icíar Bollaín, sin duda una de las directoras con más talento de nuestro cine, que esta vez nos regala una auténtico espectáculo para los sentidos, una especie de Billy Elliot negro pero al revés, en el que el niño odia bailar y es el padre el que se empeña en que dedique su vida al ballet (aunque en el fondo los padres de ambas películas buscan lo mismo: que su hijo salga de la pobreza en la que se criará si no aprovecha su talento natural).

Con una música fantástica (Alberto Iglesias nunca falla), un guión excelente aunque bastante predecible de Paul Laverty (ídem), y una fotografía que hipnotiza, la película se beneficia de unas interpretaciones auténticamente magistrales en las que destacan sin duda Santiago Alfonso en el papel de padre y Laura de la Uz como profesora de baile.

Lo que lastra en mi opinión el interés de la cinta son los muchos números de ballet; ¿se puede hacer una película de un bailarín sin incluir números de baile? Evidentemente no, pero el excesivo número de minutos de metraje dedicados a las coreografías (bellísimas y fantásticamente rodadas, eso sí), limita el público al que la película puede interesar.

Sin duda alguna “Yuli” mereció una mejor carrera en taquilla y premios, pero especialmente llama la atención que una de las pocas nominaciones a los Goya fuera la inexplicable nominación como actor revelación para Carlos Acosta que no hace absolutamente NADA en la película, mientras el resto del reparto se iba de vacío.

Elegante, hermosa y triste. No hay que perdérsela.