Inmejorable debut en el largometraje de Stephen Daldry, que no nos cuenta únicamente la historia de un niño de familia muy humilde que quiere ser bailarín en lugar de boxeador como lo fue su padre, realmente habla de la lucha de cualquiera que quiere hacer algo en la vida que no es lo que todos a su alrededor esperan de él.

El gran acierto de la película es ambientarla en los años 80, en plena huelga de los mineros a las políticas de Margaret Thatcher que paralizó la industria y tuvo a muchas familias (ya de por sí humildes), en una situación de extrema necesidad. Es en ese contexto cuando aparece el gusto de Billy por el ballet, lo que le parece surrealista a su padre y su hermano, que no entienden cómo ese niño rarito les puede hacer eso en un momento en el que se juegan sus puestos de trabajo. La lucha interna de ambos, que tienen que decidir si renuncian a sus fuertes principios sindicales por darle una oportunidad al pequeño para que en el futuro no sea tan desgraciado como ellos es de lo mejor de la película junto con la relación de Billy con su profesora de baile, aburrida de dar clase a niñas sin el menor talento pero que ve en Billy su potencial.

La banda sonora con canciones de los 80, la cuidada ambientación de esa década, el guión perfectamente escrito y rodado y las interpretaciones de los actores principales hacen de Billy Elliot un peliculón de los que hay que ver varias veces al año.