En el inicio del acto final de esa obra maestra que es "La Ultima Tentación de Cristo" de Martin Scorsese (basada en la homónima novela igualmente sublime de Nikos Kazantzakis) se nos plantea una revolución para todo nuestro código moral y nuestro sistema de valores, que naturalizan por ejemplo, en la actualidad, los grupos extremos en contra de las políticas sociales a favor del aborto, fundados, sobre todo, en un misticismo sin referencias reales que propone imponerse sobre la vida terrenal y sus problemáticas cotidianas (Lo que Nietzsche llama "la antivida que centra su sentido fuera de la vida misma").

Allí, la historia se deforma del modo que la conocemos en la figura de Judas Iscariote. Ese ser despreciado por la religión, convertido en chivo expiatorio de las conformaciones sociales posteriores, donde la figura del traidor (a la patria, por ejemplo) es considerada dentro de los peores crímenes posibles, es visto en esta película de un modo diferente.

Jesús es mitad divino, mitad humano. En esa dicotomía, su lado terrenal se rehúsa a aceptar la responsabilidad que le es asignada y atravesar todo el padecimiento que el destino se propone depararle, por la simple razón que tiene miedo. Como todo humano, lo incierto y aun mas, lo cierto pero muy difícil y doloroso, lo invita a retirarse, a renunciar a su misión en el mundo. Judas es su mejor amigo. Lo ama tanto que está dispuesto a todo sacrificio para evitar que su amigo condene su espíritu entregándose al vacío existencial de una larga y taciturna vida humana. Incluso está dispuesto a ser él el condenado. Así, asume la figura del traidor y con un beso lo denuncia a los fariseos para que sea falsamente juzgado, crucificado y logre salvar a la humanidad entera.

Ese beso que la fría historia ha etiquetado como perverso y traidor se convierte aquí, en la calidez de la gesta humana, en una dolorosa despedida pero al mismo tiempo en un gesto de amor inmenso y, sobre todo, de sacrificio, de entrega por la integridad del alma de Jesús.

Así, Scorsese-Kazantzakis logran desbaratar la historia y todas las argumentaciones trazadas en torno a un hecho y el sistema moral que este nos hereda. Relativizando, desnaturalizando y evidenciando la conveniencia de una mirada y los beneficios para ciertos grupos opresores de esa lectura parcial y direccionada, la película logra que al final de ella misma pensemos, cuan preestablecidos son nuestros actos y los juicios que elaboramos en base a un mandato que esta solventado sobre la palabra de otros que hablaron y aun hoy, siguen hablando por nosotros mismos.