Hasta que internet se convirtió también en el primer medio de adquisición de música, los departamentos de lírica de las grandes tiendas de discos exhibían una inmensa variedad y nunca olvidaban reservar un apartado para Florence Foster Jenkins rotulado con todas sus letras, entre Pavarotti y Callas, Domingo y Caballé o Kirsten Flagstad. Allí uno encontraba las pocas pero irresistibles grabaciones de este mito kitch de la lírica que parecía imposible que nunca hubiera tenido una existencia real. La película de Stephen Fears se limita a realizar un homenaje sentimental, refiriendo la historia desde el punto de vista de Foster Jenkins como candorosa víctima de un primer marido desconsiderado que le contagió la sífilis en la juventud y un segundo marido caradura (Hugh Grant en la película) que vive a costa de ella, mantiene una amante a costa de ella y es capaz de convencerla de cualquier cosa, incluso de que tiene una exquisita voz de soprano, con tal de que el grifo no cierre. Meryl Streep se divierte y se luce no sólo encarnando a la mítica cutre-soprano sino prestando también su voz para versionear los alaridos con que se infaman graciosamente piezas como el aria de la campanitas de Delibes, de la reina de la noche de Mozart o de la risa de Johann Strauss. Lo cierto es que la frase lapidaria de la señora en su lecho de muerte, “Podrán decir que no canté bien pero no que no canté” podrían repetirla muchos mitos de la actualidad del pop y hasta algún director de cine, con discografías y filmografías mucho más repletas que la de doña Florence.