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Voto de Strhoeimniano:
10
Western. Drama La relación sentimental entre Vienna, la propietaria de un salón situado en las afueras de una ciudad del Oeste, y Johnny Guitar, un pistolero con el que se vuelve a encontrar en un difícil momento, constituye todo un clásico que alcanzó un gran éxito de taquilla. (FILMAFFINITY)
3 de mayo de 2013
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin duda, uno de los westerns más insólitos de toda la historia del cine. Para apreciar esta cualidad, conviene recordar el papel jugado por las mujeres en este género cien por cien masculino. Quitando ese factor de equilibrio que tienen habitualmente en este género tan netamente americano, lo usual era que las mujeres caminaran entre el rol de víctima indefensa o el de ser la recompensa final de todos los esfuerzos realizados por el héroe; fuera de estos dos extremos (las “chicas buenas” y las “chicas malas”): la nada. Sin embargo, “Johnny Guitar” siendo fiel a la liturgia de este género (cuántas veces hemos visto en el cine el enfrentamiento entre ganaderos y los nuevos colonos que se asientan en el territorio), lo trastoca hasta sus cimientos para darnos una obra no sólo de una singular belleza (la fotografía del gran Harry Stradling Sr. es sencillamente prodigiosa, con ese “True Color” que hace que los colores luzcan en su máxima expresión y dotados de un lirismo muy vehemente con lo que está narrando), sino uno de los pocos westerns de “mujeres” que se ha realizado, o afinando un poco más: uno de los pocos westerns feministas que se han realizado. Al contrario que en otros géneros, las “chicas malas” en el western eran esencialmente perversas. En “Johnny Guitar” esta “perversidad” presenta unos cuantos giros novedosos: primero, a ese delito en común que tienen todas las mujeres en el western con el afán de ser independientes, aquí se da un paso más: Vienna (J. Crawford) no solo goza de esa independencia, sino que se siente orgullosa de cómo la ha conseguido (no oculta su pasado de prostituta: “No me avergüenzan los medios que he empleado para ello. Lo importante es que lo tengo,” le confiesa a S. Hayden en la romántica y desgarradora secuencia nocturna de su encuentro), y llega más lejos al superar la dependencia sentimental contratando a su antiguo amante (S. Hayden), y asumiendo un rol masculino a la hora de enfrentarse a la violencia. Un ejemplo de esto es la primera vez que vemos a Joan Crawford. Su vestuario (Magnífico la labor de Sheila O'Brien que realiza un vestuario “irreal”, pero maravillosamente cinematográfico, que nos habla no sólo de cómo se siente el personaje sino también de la evolución que va teniendo, p. ej.: el vestuario de J. Crawford sufre una cierta “feminización” hasta llegar al culmen con ese deslumbrante vestido blanco que se pondrá la noche del linchamiento, aumentando su aura de “víctima”, para volver a enfundarse de vaquera y enfrentarse al emocionante duelo final), todo de un negro estilizado, le da una apariencia letal. Y ahí radica otra de esas cargas de profundidad que tiene esta película de N. Ray: el motor de la historia no pasa por la decisión que toman los hombres, aquí auténticos secuandarios (incluido, S. Hayden que está a las órdenes de Vienna), sino por el control que toman las mujeres. Esto obliga a hablar de Mercedes McCambridge, que interpreta aquí a la antagonista de Vienna: Emma Small, una mujer reprimida e intolerante, que aguijoneada por sus perjuicios y complejos desata una espiral de violencia orgiástica. La interpretación de ambas roza el Olimpo. La tenacidad, el odio, el amor, los celos, la venganza, todas las emociones pasan por el rostro de estas mujeres, y todo lo puedes “mascar” de lo literalmente increíbles que están; pero no sólo ellas. Aparte de S. Hayden, tenemos un reparto espectacular, por el que se pasean desde el siempre inevitable y mágnifico J. Carradine, a E. Borgnine o Ward Bond. ¿Y qué decir del guión? Algunos de sus diálogos los tenemos grabados para siempre, aparte del mérito de Philip Yordan al integrar la historia de amor entre Guitar y Vienna, una historia tan llena de sombras (nunca sabemos del todo qué paso), como encendida de pasiones.
Tengo tal pasión por esta película que bauticé a mi hija con el nombre de Vienna. Es que “Johnny Guitar” es mucho. Una obra maestra. Una pasión hecha cine.
Strhoeimniano
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