Cuando saltó la información relacionada a que iba a salir una película-secuela ambientada en el contexto Breaking Bad, saltaba sin duda la curiosidad y el temor por partes iguales de quienes disfrutamos aquella exitosa serie (2008-2013). El filme partía justo donde quedó en la serie, con Jesse (Aaron Paul) huyendo tras su liberación y el fatal desenlace que ocurrió.

Eran dos los caminos que podía tomar Gilligan, creador y guionista de la serie, guionista y director de la película, por un lado, alejarse lo más posible de ese contexto, dejar lejos las referencias, presentando únicamente la lucha de Jesse después de lo acontecido en el último capítulo de la serie, algo que muy probable afectaría la percepción de buena parte del público, por no apelar al factor nostalgia.

O bien, por otro lado, que es lo que termina sucediendo, y a la larga es lo que le termina afectando al filme, es ofrecer un sinnúmero de guiños y situaciones forzadas para retomar personajes y situaciones que debieron quedarse atrás, estaban ya superadas. Y es que la mayoría de estas secuencias a modo de flashback no apuntan nada interesante, conversaciones banales, escenarios metidos a la fuerza ni siquiera muy pensados.

Sí realmente en estas escenas hubiera algo a destacar, hubieran estado en la serie, no hay duda de esto, Gilligan lo hizo tan bien allá que nada de lo que se muestra acá tiene ninguna importancia, más que servirles a lo fans lo que querían, volver a ver a algunos viejos personajes de la serie, la intervención de Walter (Bryan Cranston), Mike (Jonathan Banks) y de Jane (Krysten Ritter) son simplemente patéticas.

Una película no digamos innecesaria, puesto que pudo haber sido un gran filme que se sostenga por sí solo, pero que finalmente se vuelve innecesaria por intentar dar más cuerda a algo que estuvo bien cerrado.