Interesantísima serie de suspense de ocho temporadas sobre el espionaje moderno. Carrie Mathison es una de las mejores agentes de la CIA, organización a la cual oculta que sufre un síndrome de bipolaridad. El tema central es el terrorismo islámico, y lo que más me ha llamado la atención es que, a pesar de tratar un tema tan sensible y vigente, sobre todo después del duro golpe que supuso para EEUU el 11-S, la serie no muestra en ningún momento una realidad compuesta de buenos y malos. Para nada. Nadie está en posesión de la verdad, nadie actúa de forma desinteresada. Sólo se trata de una interminable partida de ajedrez en el que todo el mundo defiende sus intereses. Y todo ello con una complicación mayor: los sentimientos y relaciones emocionales que surgen entre personas, a veces de intereses opuestos. Porque todos al fin y al cabo somos seres humanos. También los terroristas.
A pesar de ser una producción americana, Estados Unidos no es retratado en su cara más amable. Abuso de poder, torturas, intervención mafiosa en terceros países… Hay un tufo a realidad que hipnotiza en esta serie. Y por supuesto es pura ficción, pero una ficción incómoda y verosímil, inteligente y hermosa, a la vez que cruel.
Es indiscutible la capacidad de mantener la tensión en los creadores de la serie, así como el talento interpretativo de sus actores principales. Por supuesto también hay altibajos, pero por lo general siempre hay un rumbo, un conflicto que resolver.
Sin ser una maravilla, sorprende una y otra vez durante ocho temporadas, y en contra de otras series de tantos capítulos, tiene un cierre espectacular, que la engrandece aún más. Las aventuras de Carrie Mathinson y Saul Berenson no tienen desperdicio.