Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Juan Ignacio :
7
Drama. Fantástico Nobuko trabaja en Nagasaki como comadrona. Su hijo murió tres años atrás a causa de la bomba atómica. En el aniversario de la misma, el día 9 de Agosto, su hijo se le aparece de nuevo. (FILMAFFINITY)
23 de enero de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Koji, estudiante de medicina, muere mientras está en clase; es el 9 de Agosto de 1945, Nagasaki. Nobuko (que perdió a su marido hace mucho más tiempo, y a su otro hijo, el mayor, en el frente de Birmania), católica, al igual que su marido e hijos, la madre de Koji, ha esperado durante tres años encontrar algún resto de su hijo, de su cuerpo o de los objetos personales que le acompañaban en el momento de su muerte, ha sido en vano. En ese momento decide asumir el duelo, lo que hace junto a Machiko, la novia del muchacho, cuyo recuerdo de su novio lo mantiene igual de vivo que la madre de éste, y que ha acompañado a la mujer, de delicada salud, durante todo ese tiempo. Es entonces cuando el espíritu de Koji se presenta ante su madre para hacerle compañía y darle tranquilidad.

Yoji Yamada, veterano y prolífico director de cine, cuando rodó esta película contaba ya con 84 años de edad, nos presenta un cuento que apela a los buenos sentimientos, quizá por eso la narración la tenga que hacer bajo la forma de cuento; el amor materno filial, el de pareja; pero también el dado a todos los semejantes de nuestro entorno; todo ello imbuido en un aire zen, pero dentro de unos personajes, los tres principales, que son católicos, algo que resulta una auténtica rareza en Japón y que el guion de la película no explica, aunque cabe suponer que se debe a la esperanza de vida eterna cristiana frente a la de sucesivas reencarnaciones de la creencia budista, lo que haría imposible la convivencia, tras la muerte, con los seres queridos de la existencia terrena.

Historia bella, llena de ternura, que no llega a caer en el fácil sentimentalismo porque está tocada, en lo más profundo, de duras y dolorosas realidades que acompañan siempre a la vida, tales como la soledad, la ausencia de los seres queridos, incluso la de los hijos (la más dolorosa de todas, la más difícil de soportar, por antinatural), el amor imposible de conseguir, la lucha por la supervivencia sin esperar nada grato de la vida. Quizá se pueda achacar que toda esa exposición de sentimientos se hace de una manera un tanto simple, faltándole la complejidad necesaria.

Todo ello nos lo muestra Yamada con una cadencia adecuada, tranquila, sin forzar, como el lento pero constante fluir de las aguas de un río manso. Con una dirección muy buena, si bien la cámara suele estar estática la mayoría de las veces (claro homenaje a Ozu, maestro de la cinematografía a quien se llega a nombrar en esta cinta), y a la altura de los personajes, incluso cuando estos permanecen en el suelo (tatami en este caso), ya he dicho, como hacía Yasujiro Ozu. Con una brillante composición escénica (hay un plano contra plano, desde un ángulo preciso, y con una tercera cámara para finalizarlo, que es un prodigio). La fotografía de Masashi Chikamori, con esa luz tenue, crepuscular, que se vuelve todo lo contrario cuando llega el momento que así lo requiere, acompañando y resaltando lo que se nos cuenta; algo que hace también de forma adecuada la buena, y acertada, música del gran Ryuichi Sakamoto.

Una película para los sentidos, que da paz, con el toque agridulce que contiene la propia vida.
Juan Ignacio
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow