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Voto de John Dunbar:
3
Thriller. Acción. Terror Red (Nicholas Cage) es un leñador que vive alejado del mundo junto al amor de su vida, Mandy (Andrea Riseborough). Un día, mientras da un paseo abstraída en una de las novelas de fantasía que suele leer a diario, Mandy se cruza sin saberlo con el líder de una secta que desarrolla una obsesión por ella. Decidido a poseerla a cualquier precio, él y su grupo de secuaces invocan a una banda de motoristas venidos del infierno que la raptan ... [+]
2 de abril de 2021
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nicolas Cage no es muy santo de mi devoción como tengo expresado con anterioridad. Actor que tiende a sobreactuar, punto con el que supongo la mayoría estará de acuerdo, y elector irreconducible de bodrios insoportables o poco menos desde ni se sabe cuándo. Caído en desgracia, sus problemas legales con hacienda parecen autoimponerle varios subproductos anuales de bajo coste cuyo destino mayoritario es la venta a través del video. Y en esas entra 'Mandy', una de las cosas más extrañas que cualquiera se pueda encontrar en mucho mucho tiempo; un surrealismo encajable en ninguna parte que es terreno, además, propicio para que el Cage más histriónico se sobredimensione a su gusto.
El argumento tarda en arrancar algo así como medio metraje para que dejes de preguntarte del todo, cuál es el motivo por el que decidiste sentarte a verla. Su motivación transita entre un noventa por cien sumergido entre psicotrópicos y un diez por ciento restante dejado de la mano de Dios. Poco espacio para cualquier cosa que cualquiera entienda como una historia que discurra por un cauce medianamente normal. Por eso, si uno no está dispuesto a dejarse subyugar por un trance audiovisual de tal estilo, es mejor que no se arriesgue. Porque la sensación psicodélica es hecha con toda la intención, tanto que el nombre que da título a esta locura de cinta, es decir 'Mandy', pie de las aberraciones más violentas, es propuesto por la actriz Andrea Riseborough, de la cual se aprovechan y ensalzan sus enormes ojos como parte más indirecta de todo este raro rarísimo entramado lleno de gore y tortura.
¿A que ahora se entiende mejor que un actor que finge en exceso encuentre un hueco perfecto en semejante producción? Está en su salsa y en esta ocasión se le justifica, porque independientemente de lo descabellado de la propuesta, cualquier reacción primaria, solo física y aún más salvaje, se entiende como lógica.
Sinceramente, entre estrambóticos personajes, pasajes de completa locura, las drogas LSD y la música de guitarra eléctrica amenizando, tan solo encuentro satisfacción en la sed de venganza y el poder de atracción que las imágenes me ofrecen con elocuencia. Mala cosa. Extravagancia llevada al límite, admisible para los que gusten del caos absoluto a base de guitarra eléctrica y adrenalina, entre el síndrome de abstinencia y la sobredosis.
John Dunbar
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