No soy fanático de Woody Allen. Quiero decir, me gusta gran parte de su filmografía pero hay que reconocer que a veces ha hecho unos truños bastante considerables. Digo esto porque hay algunos que ante cualquier película que estrena, se emocionan y la califican de gran obra, sólo por llevar su firma (recuerden "Vicky Cristina Barcelona") y he de reconocer que su etapa Bergmaniana me aburre.
Pero hay que reconocer que es uno de los grandes (quizá si no se empeñara en estrenar una película al año sería aún mejor) y este es uno de los mejores títulos que tiene, que ya es decir. Parece que el exilio de su Nueva York le sentó bien (luego veríamos que no tanto). Película cruda, negrísima, relativista hasta el dolor y muy dura. ¿Por qué? Porque Allen nos demuestra que los actos deleznables no sólo a veces no se castigan, sino que se recompensan. La historia del trepa cuyo único talento es su atractivo y que medra sin ningún escrúpulo es tan actual y sincera como dolorosa y cierta. Y el bueno de Woody nos estampa las bajezas del ser humano, nos enseña que las apariencias a las que tanta atención les prestamos no es que engañen, es que son descaradamente falsas y torticeras y que lo único que da sentido a la vida es el azar, que la pelotita entre o no depende no ya de nuestras capacidades, también de la suerte, sobre todo de la suerte.
Gran trabajo de todo el reparto, sobre todo las actrices (Scarlett Johansson y Emily Mortimer están exquisitas) pero Jonathan Rhys Meyers hace que ese trepa guaperas nos caiga tan mal como debería pero que le comprendamos. Difícil tarea
Dolorosa, cruda, real, nihilista... una obra maestra.