Envidio a Eli Roth porque me parece que tiene lo más importante que una persona debe tener en esta vida: suerte. Digo esto porque si no, no me explico cómo se le pueden reír todas las gracias a este hombre haga lo que haga.

En esta ocasión nos viene con las (des)venturas de unos pijos a los que se les mete en la cabeza que tienen que salvar una civilización de la globalización que está a punto de alcanzarlos. A Roth siempre le gusta prevenirnos de algunas cosas: ten cuidado si viajas de mochilero por Europa que te pueden raptar y hacerte todas las perrerías inimaginables; si dejas entrar a dos tiarracas más buenas que el pan con aceite, ten cuidado que te pueden hacer la vida imposible... Ahora, pone su ojo en los niños de papá que van con su ONG por el mundo como si fuera un juego de niños o una forma de viajar, hacerte tu foto para las redes sociales y volver a tu vida de burgués con tus preocupaciones de clase media. Esto es lo mejor de la película. Esos momentos de cachondeo... Lo peor es ese ansia de intentar hacer el resto de la película lo más asquerosa posible. Me dejó el estómago revuelto durante varios días y es una pena porque si Eli Roth pusiese el mismo esmero en hacer una buena película que el que pone en hacer que las escenas resulten lo más desagradable que se pueda uno imaginar, quizá fuese un buen cineasta.

En definitiva, seguimos esperando la película en la que Eli Roth demuestre que hace buenas películas y que no sólo es famoso por ser amiguete de Tarantino.