Ashton Kutcher tiene querencia por las maduritas. De eso no hay duda. Maduritas y retocadas por el bótox, sólo hay que ver a su esposa. Aquí se empareja a la que en otra época fue una de las bellezas más impactantes del cine y una de mis debilidades personales, pero hay que reconocer que no está sabiendo envejecer. Pfeiffer vale ya de vaqueritos ajustados, de ponerse el pelo tras la oreja, de mohínes y de bótox, por favor. No estropees el mito. Por lo demás la película parece un film de sobremesa en el que sólo hay desgracias que van cada vez a peor. Sigue la estela, además, de las películas de personajes cruzados y ahí radica una de sus peores bazas: todo ocurre sin motivos aparentes, es demasiado superficial y la casualidad juega un papel demasiado importante. En una ciudad tan grande que siempre se crucen los mismos ya parece coña. Yo no me cruzo con mi vecina nada más que una vez al mes como mucho y vivimos en el mismo bloque, así que siempre se crucen los mismos una vez tras otra pues hombre, no cuela.

Por lo demás Ashton Kutcher no transmite nada, ningún sentimiento, su papel de sufridor lo resuelve con un sólo registro que le hace parecer retrasado. Michelle Pfeiffer se lo come con patatas, literal y figuradamente. Lo mejor de la película es Kathy Bates y lo peor... pues casi todo lo demás.