Nebraska es una película estupenda que sería todavía mejor de no ser por su ritmo, algo lento de más en la parte media de la película. La magia de Nebraska es que "no va de nada". No tiene una línea argumental que te haga pensar que estás viéndola con algún objetivo. Simplemente la ves, y te encanta lo que ves. Sí que tienes un punto de esperanza en lo que respecta al argumento, pero Alexander Payne simplemente nos muestra en pantalla una realidad, y no una obra de ficción.

Ni siquiera se preocupa de explotar la vena lacrimógena derivada de la propia condición del protagonista. No es que tenga una enfermedad terminal o algo así, pero estoy convencido de que otras películas hubieran buscado la lágrima fácil y la emotividad. Nuevamente Payne nos enseña todo tal cual podría pasar, sin importarle tampoco mostrarnos escenas de silencios que en otras películas quedarían aburridas.

Nebraska es de esas películas especiales que despiertan en ti algo completamente distinto. Su final, épico dentro de lo absurdo, es el colofón a una obra mucho más profunda de lo que parece, y que en todo momento respeta la inteligencia del espectador.