No son demasiadas las películas que, con extenso minutaje, consiguen despertar tantos sentimientos y tan fuertes en el espectador. La maison en petits cubes consigue en 12 minutos que te estremezcas cada vez que los recuerdos dejan paso a las profundidades marinas, como si de un golpe en el estómago se tratara.

La vistosísima animación, propia de ser llamada arte con todas sus letras, pronto queda en el olvido ante el mar de sentimientos que Kunio Katö transmite con su melancólica historia. El personaje despierta una ternura y una lástima como pocas veces se consigue, y todo ello sin llegar a ocurrir nada excepcionalmente dramático.
Todo un viaje a las profundidades de la mente que bien podría ser la de cualquier persona. Probablemente sea en ésto donde nazca su éxito y su esplendor.