Una carrera de personajes caricaturescos por ver quién es más excéntrico en pantalla. Un ritmo videoclipero con una base de humor que muchas veces pasa desapercibida y un Vincent Cassel levantándose por encima de todo ello como el gran actor que es. Dobermann es una de esas películas macarras donde lo exagerado es una virtud.

Es, probablemente, una de esas películas malas que te puede llegar a encantar. Una película de extremos donde rara vez encontrarás a alguien que se haya quedado a medio camino (curiosamente yo soy uno de esos). Sus defensores son tantos como sus detractores, así que tiene un punto de película de culto que se huele casi en las primeras secuencias. Unas primeras secuencias que, mediante algunos artificios y juegos en las transiciones de plano nos dan pistas de lo que estamos a punto de ver: una alocada película donde el argumento queda en un decimotercer plano en favor de unos protagonistas encantados de haberse conocido a sí mismos.