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Voto de Donald Rumsfeld:
9
7.9
36,107
Drama
Adaptación de una novela del escritor inglés William Tackeray. Barry Lyndon, un joven irlandés ambicioso y sin escrúpulos, se ve obligado a emigrar a causa de un duelo. Lleva a partir de entonces una vida errante y llena de aventuras. Sin embargo, su sueño es alcanzar una elevada posición social. Y lo hace realidad al contraer un provechoso matrimonio, gracias al cual entra a formar parte de la nobleza inglesa del siglo XVIII. (FILMAFFINITY) [+]
18 de abril de 2016
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Barry Lyndon es una película infravalorada. Tres razones para ello pueden ser:
1) Que tras 2001 y La Naranja Mecánica todos esperábamos que Kubrick reinventara la rueda por tercera vez. Algo que en efecto hizo pero de un modo extraordinariamente sutil.
2) Que los rasgos más accesibles de su cine (ironía, violencia y radicalidad) quedan disimulados aquí por el esteticismo (plenamente justificado dado el tema y su contexto) de la puesta en escena.
3) Que Kubrick es, a grandes rasgos, un director clasicista cuyas innovaciones formales no son el resultado de buscar (forzar, con frecuencia) la originalidad, sino del intento de construir y transmitir ideas mediante el cine. Kubrick no es moderno. Y Barry Lyndon es una película de época. Suma que a priori anula cualquier factor sorpresa.
Y, sin embargo, todas las características que atesora su cine están presentes en ella. Solo que de una manera tan depurada que incluso su particular modo de diseminar ideas dentro de las películas, algo de lo que otros directores renegaron por considerar demasiado simbólico y forzado, puede pasar inadvertido. Y aún más, si entendemos que el cine es en su esencia una narración mediante sonidos (música, palabras…) e imágenes por las que pasa el tiempo (movimiento), Barry Lyndon es un punto culminante de esa manera de entenderlo. Prácticamente la estrella polar.
La historia que narra la película es en apariencia convencional: auge y caída de un arribista mediante una sucesión de bonitos planos y trajes de época. No lo es tanto el hecho de que esta narración quede envenenada mediante una voz en off que aparte de rezumar ironía le arranca al espectador el suspense de la película, subrayando que aquí más importante que el qué se cuenta es el cómo se cuenta (en última instancia, obviamente, el qué y el cómo son lo mismo). Así, detrás de la bonita película de época descansa un drama duro, trágico y de un pesimismo agobiante, hasta el punto de que el mismo Kubrick decidió rebajar la graduación con un epílogo final que a fuerza de restar roza el nihilismo. Pero para alcanzar ese epílogo demoledor la película previamente ha ido desde la más sencilla inocencia hasta la depravación más absoluta. Un sendero sinuoso cuya paisaje fundamental lo componen la abyección moral, la farsa constante, la ambición espléndidamente engalanada, la manipulación como forma de vida y forma de vivir, abusos físicos de variadas especies incluyendo el maltrato infantil con precalentamiento, fusilamientos absurdos 100% estilo militar, la plena humillación social y la más repugnante de las venganzas como medio de restaurar el orden. Señores, esto no es Downton Abbey. Pero lo más interesante es que simultáneamente también es una película cálida, amable y humanista. Pues la amistad, el amor, la comprensión, el perdón o la simple manifestación de alegría ocupan muchas de sus escenas.
En esta línea, Barry Lyndon es un mirada lo más fiel posible a una época cuya belleza sólo podemos entrever y entreoír, y también es un estudio sobre la mirada como elemento de comunicación: prácticamente todas las secuencias claves se definen por las miradas de los personajes y muchas de ellas se resuelven con las miradas entre ellos, lo cual ya da idea de lo cercano y visual que resulta en esta ocasión el tratamiento de los actores y lo excepcional de sus interpretaciones y puesta en escena.
Continúa sin spoilers.
1) Que tras 2001 y La Naranja Mecánica todos esperábamos que Kubrick reinventara la rueda por tercera vez. Algo que en efecto hizo pero de un modo extraordinariamente sutil.
2) Que los rasgos más accesibles de su cine (ironía, violencia y radicalidad) quedan disimulados aquí por el esteticismo (plenamente justificado dado el tema y su contexto) de la puesta en escena.
3) Que Kubrick es, a grandes rasgos, un director clasicista cuyas innovaciones formales no son el resultado de buscar (forzar, con frecuencia) la originalidad, sino del intento de construir y transmitir ideas mediante el cine. Kubrick no es moderno. Y Barry Lyndon es una película de época. Suma que a priori anula cualquier factor sorpresa.
Y, sin embargo, todas las características que atesora su cine están presentes en ella. Solo que de una manera tan depurada que incluso su particular modo de diseminar ideas dentro de las películas, algo de lo que otros directores renegaron por considerar demasiado simbólico y forzado, puede pasar inadvertido. Y aún más, si entendemos que el cine es en su esencia una narración mediante sonidos (música, palabras…) e imágenes por las que pasa el tiempo (movimiento), Barry Lyndon es un punto culminante de esa manera de entenderlo. Prácticamente la estrella polar.
La historia que narra la película es en apariencia convencional: auge y caída de un arribista mediante una sucesión de bonitos planos y trajes de época. No lo es tanto el hecho de que esta narración quede envenenada mediante una voz en off que aparte de rezumar ironía le arranca al espectador el suspense de la película, subrayando que aquí más importante que el qué se cuenta es el cómo se cuenta (en última instancia, obviamente, el qué y el cómo son lo mismo). Así, detrás de la bonita película de época descansa un drama duro, trágico y de un pesimismo agobiante, hasta el punto de que el mismo Kubrick decidió rebajar la graduación con un epílogo final que a fuerza de restar roza el nihilismo. Pero para alcanzar ese epílogo demoledor la película previamente ha ido desde la más sencilla inocencia hasta la depravación más absoluta. Un sendero sinuoso cuya paisaje fundamental lo componen la abyección moral, la farsa constante, la ambición espléndidamente engalanada, la manipulación como forma de vida y forma de vivir, abusos físicos de variadas especies incluyendo el maltrato infantil con precalentamiento, fusilamientos absurdos 100% estilo militar, la plena humillación social y la más repugnante de las venganzas como medio de restaurar el orden. Señores, esto no es Downton Abbey. Pero lo más interesante es que simultáneamente también es una película cálida, amable y humanista. Pues la amistad, el amor, la comprensión, el perdón o la simple manifestación de alegría ocupan muchas de sus escenas.
En esta línea, Barry Lyndon es un mirada lo más fiel posible a una época cuya belleza sólo podemos entrever y entreoír, y también es un estudio sobre la mirada como elemento de comunicación: prácticamente todas las secuencias claves se definen por las miradas de los personajes y muchas de ellas se resuelven con las miradas entre ellos, lo cual ya da idea de lo cercano y visual que resulta en esta ocasión el tratamiento de los actores y lo excepcional de sus interpretaciones y puesta en escena.
Continúa sin spoilers.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Miradas y movimientos de cámara que danzan al compás de la música. Si antes Kubrick hizo bailar al firmamento, ahora hace lo propio con los sentimientos: el acercamiento entre Barry y Lady Lyndon al compás de Schubert da buena muestra de ello: su iluminación remota y como de fantasía, el brillo espectral del mármol y del rostro de Lady Lyndon, la hipnótica oscilación de las llamas en el fondo por el Barry se desliza, la tensión que se acumula en la música y el movimiento de los personajes… Y justo a continuación una voz en off cargada de fatalidad e ironía, una frase que pulveriza todo el (aparente) “romanticismo”, unas palabras que en realidad esconden una rápida sucesión de ganchos, crochés y cruzados a la mandíbula, un salmo con el que exorcizar de la película a todos los espectadores que busquen una historia “bonita”. Y es precisamente por esa sinceridad (y por la ausencia de subrayados) por lo que la película resulta tan “emocionante”: no hay componendas, medias tintas o gratificación al espectador, Kubrick parte de emociones auténticas (no confundir con chocantes) y desarrolla un discurso sin anestesia, excluyendo lo improbable para poner el acento en la insignificancia de determinadas ambiciones, en el componente de autodestrucción que estas pueden conllevar y en los giros del destino que nunca pueden estar bajo control.
En Barry Lyndon no es sólo que sea la música la que conduce a partes iguales con la narración el devenir de la película, es que la música está de facto en igualdad de condiciones con la imagen y la narración. Evidentemente, el hecho de que las películas suelan tener una BSO obedece a una razón específica: es difícil encontrar un ritmo en la narración que se adecue a una música que no haya sido concebida específicamente para ella (y esto funciona en las dos direcciones). El problema, paradójicamente y por lo general, se incrementa a medida que aumenta la complejidad de la música. Poner imágenes a una canción de pop lo hacen en la MTV. Poner imágenes a Bethoveen sin arrastrar el pobre Ludwig por el estiércol (como gustan de hacer los publicistas y demás “expertos” en marketing) es bastante más complicado… Lo normal en estos casos es que la música se coma con patatas la imagen en menos de tres compases, por no hablar de la narración. En este sentido los directores enrollados parecen creen que soltar tres martillazos de Bethoveen mientras ponen en el plano cualquier jilipollez es un prueba irrefutable de buen gusto, cuando en realidad lo único que evidencian es que están haciendo algo que ni siquiera han entendido en su nivel más básico. Kubrick no sólo entendía la música y la pintura, sino que sobre todo entendía especialmente bien el cine. Y justo por ello fue capaz de crear imágenes tan poderosas y evocadoras que éstas eran capaces de dialogar de tú a tú con cualquier partitura. Pero presumo que en esta ocasión, por tratarse precisamente de una película de época, quiso elaborar un lienzo viviente en el que afloraran visual y narrativamente las piezas que se interpretan a lo largo de la película. Un lienzo en el que cobrara vida el universo en que fueron concebidas y en el que cada plano, personaje y emoción danzaran en ese justo compás. En otras palabras, lo más parecido a una máquina del tiempo.
En Barry Lyndon no es sólo que sea la música la que conduce a partes iguales con la narración el devenir de la película, es que la música está de facto en igualdad de condiciones con la imagen y la narración. Evidentemente, el hecho de que las películas suelan tener una BSO obedece a una razón específica: es difícil encontrar un ritmo en la narración que se adecue a una música que no haya sido concebida específicamente para ella (y esto funciona en las dos direcciones). El problema, paradójicamente y por lo general, se incrementa a medida que aumenta la complejidad de la música. Poner imágenes a una canción de pop lo hacen en la MTV. Poner imágenes a Bethoveen sin arrastrar el pobre Ludwig por el estiércol (como gustan de hacer los publicistas y demás “expertos” en marketing) es bastante más complicado… Lo normal en estos casos es que la música se coma con patatas la imagen en menos de tres compases, por no hablar de la narración. En este sentido los directores enrollados parecen creen que soltar tres martillazos de Bethoveen mientras ponen en el plano cualquier jilipollez es un prueba irrefutable de buen gusto, cuando en realidad lo único que evidencian es que están haciendo algo que ni siquiera han entendido en su nivel más básico. Kubrick no sólo entendía la música y la pintura, sino que sobre todo entendía especialmente bien el cine. Y justo por ello fue capaz de crear imágenes tan poderosas y evocadoras que éstas eran capaces de dialogar de tú a tú con cualquier partitura. Pero presumo que en esta ocasión, por tratarse precisamente de una película de época, quiso elaborar un lienzo viviente en el que afloraran visual y narrativamente las piezas que se interpretan a lo largo de la película. Un lienzo en el que cobrara vida el universo en que fueron concebidas y en el que cada plano, personaje y emoción danzaran en ese justo compás. En otras palabras, lo más parecido a una máquina del tiempo.