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Voto de Cinemaparadiso1951:
8
Terror. Thriller En París, un brillante y desquiciado cirujano rapta chicas con el fin de utilizar su piel para reconstruir la belleza de su hija, destrozada por un trágico accidente del que él se siente culpable. (FILMAFFINITY)
12 de octubre de 2021
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La década de los 60 se abrió con tres títulos, al menos, que suponían toda una apuesta por renovar el género de terror: “Psicosis” (Alfred Hitchcock) en los EEUU., “Peeping Tom (El fotógrafo del pánico)” (Michael Powell) en Reino Unido y “Los ojos sin rostro” (Georges Franju) en Francia. Aunque ni la británica ni la francesa tuvieron un reconocimiento y popularidad comparables a la norteamericana, hay que reconocer que fueron tres muestras que aportaban suficiente ruptura, modernidad y aire fresco a un tipo de cine que podía haberse estancado en las producciones de la Hammer y poco más. El público ya no necesitaba monstruos ni vampiros ni diablos extraterrestres. Lo que al público más le inquietaba era el horror cotidiano, la existencia de asesinos de carne y hueso que podían infiltrarse entre nosotros como pacíficos ciudadanos. Y los psicópatas de las tres películas señaladas eran personas normales y corrientes, libres de toda sospecha. Nadie podía pensar que fueran asesinos en serie siguiendo la estela trazada por Jack el Destripador y otros célebres criminales.

Este nuevo cine de terror procuraba, como el de antes, impactar al público, a veces bordeando la permisibilidad de la censura, pero lo hacía sin poner la visualización de la imagen monstruosa como principal reclamo comercial. Lo más inquietante era ahondar en la psicología de personajes complejos y tortuosos, de doble vida, una especie de genios del mal pero con motivaciones que van más allá de la mera inclinación a la violencia cruel y destructiva. En el caso de “Los ojos sin rostro” asistimos a una variante del “mad doctor”, que, como sus ilustres antecesores Frankenstein, Mabuse o el doctor Jekyll, lleva una doble vida amparándose en su prestigio como científico que experimenta con las posibilidades del cuerpo humano como son los trasplantes y las mutaciones orgánicas.

El cirujano que protagoniza esta inquietante historia es el doctor Génessier (Pierre Brasseur), un hombre de reconocida autoridad en el campo de la medicina pero que arrastra un doloroso pasado: se siente culpable del accidente de coche, que él mismo conducía, que provocó la total desfiguración del rostro de su hija. A partir de entonces, y con la ayuda cómplice de su secretaria Louise (Alida Valli) que le debe el favor de la restauración de su belleza facial, vive en una permanente situación de delirio, proponiéndose reparar en su hija el daño físico y psicológico que le causó. Su búsqueda de rostros en chicas jóvenes y atractivas para trasplantárselos a su hija hasta dar con la mejor solución, aunque sus víctimas pierdan la vida, le convierte pura y llanamente en un psicópata asesino en serie.

Lo más humano que encontramos en este criminal es su amor paterno-filial. Lo más patológico es el situarse por encima del bien y del mal, creyendo que el fin siempre justifica los medios e ignorando por sistema el dolor ajeno pues sólo le importa su tragedia personal. La espiral de violencia que desencadena es imparable en un ritmo “in crescendo” que no deja tregua al espectador hasta el impactante final, y a través de un decorado tenebroso a tono con el aire enfermizo de la historia narrada. Los subterráneos de la mansión del doctor, el cementerio donde asistimos a un falso entierro, el quirófano oculto en la casa o los perros encerrados cuyos aullidos oímos frecuentemente aunque no los veamos forman un decorado lúgubre donde el terror está siempre sugerido aunque pocas veces se visibilice.

Ya desde la primera secuencia la soberbia fotografía en un blanco y negro con sus contrastes de luces y sombras como herencia del expresionismo alemán y la desasosegante banda sonora del popular Maurice Jarre contribuyen muy eficazmente a la atmósfera sombría y agobiante de la película. La mirada triste de la joven Christiane, la hija del doctor, a través de sus ojos carentes de rostro en una máscara permanente que lo oculta para evitar el enfrentamiento con la realidad es la imagen repetida hasta la saciedad que nos acompaña para siempre en el recuerdo de esta eficaz muestra de terror psicológico, un título prácticamente desconocido que desde aquí recomiendo fervientemente a los aficionados al buen cine en general y al género terrorífico en particular.
Cinemaparadiso1951
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