Agotado ya el filón del humor grueso y las situaciones esperpénticas que primaron en las dos primeras partes (que aún tenían su gracia), se nos plantea una tercera en la que los personajes son aún más subnormales que de costumbre (y encima están orgullosos de serlo), interpretados con un patetismo supremo quizás necesario para llevar a cabo todas las guarrerías que se nos exhiben, que más provocan la mueca de asco que la sonrisa.
Sólo recomendable para quienes aún se rían con los chistes de Jaimito, o para ejemplares de esa nueva fauna que abarrota actualmente los cines, que más que a ver una peli van a merendar y charlar de sus bobochorreces.