Sentados a la luz de una hoguera, Banderas observa atentamente a un grupo de hombres, de guerreros, hablar en un idioma que no es el suyo. Se produce entonces un efecto de magia, que solo puede ser obra de brujería o de montaje, en apenas dos minutos pasa a entenderlos y hablar como ellos. Como aparecen palabras conocidas en un discurso incomprensible, como se reduce el vacío y surge la comprensión, como actuamos como cómplices en esta caja de espejos.

He llegado a interiorizar que el lenguaje se transmite incluso en los silencios de uno mismo. No me parece extraño que, aún siendo un recurso que emplea aquí el narrador, y que este hecho no hubiese llegado a ocurrir, se hubiesen llegado a entender con señas, gestos y silencios: llenando playas de dibujos en la arena.

En ese mismo sentido creo también que la incomprensión es infinita. Y que alejado de ciertos ámbitos hay lenguajes que no sirven. Que no tienen lugar entre otros. Que simplemente no valen. Se vuelven palabras sin sentido que no significan nada en oídos ajenos.