Fuera de la discoteca, un mundo gris, de tonos apagados y siempre bajo los monocordes sonidos de una ciudad de metal, asfalto y cemento; en cambio, dentro de la pista de baile, las luces brillan en miles de reflejos de colores llamativos, aquí, por fin, el ritmo marca cada paso de baile, en una danza perfectamente coreografiada con la celebración de la vida.

"Fiebre del sábado noche" es una de las últimas cumbres fílmicas de la estética setentera, que entró en el imaginario colectivo de aquellos años. Lo hizo a golpe de cadera y enfundado en una camisa de cuello extra-puntiagudo y unos pantalones de talle alto con pernera acampanada, entre otras lindezas de dudoso gusto.

Un casi primerizo Badham sabe manejar con soltura los mandos desde la cabina del DJ y pincha con mayor o menor acierto los temas de este drama musical que fue, claro, un llena pistas de baile y de salas de cine.

Tal vez el relativo buen corazón de Tony Manero (sobre todo si lo comparamos con el resto de la pandilla de italiano-americanos de su entorno) lastra el arco dramático del personaje. Además, algunos giros de guion es posible que patinen y Stephanie, la pareja de baile de Tony, hubiera necesitado más desarrollo.

En todo caso, hay interesantes detalles y momentos para hacernos una idea de la difícil situación social de aquel Brooklyn que soñaba con atravesar el puente y ser alguien en el cercano Manhattan.

Está claro, "Fiebre del sábado noche" continúa, en el más agudo de los falsetes marca Bee Gees, "Stayin' Alive". Que no es poco.

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