"Kidnapped: Historia de un secuestro" (The Chumscrubber, 2005) marcó el debut en el largometraje de Arie Posin. No era una gran película y ni siquiera recuerdo porqué debería recomendarla, más allá de la aparición de una atractiva Camilla Belle. El recuerdo que tengo de ella no es completamente nefasto y quizá eso me hizo optar por ver "La mirada del amor" (The Face of Love, 2013) en el marco del Festival de San Sebastián. Mi idea era la de presenciar una comedia romántica de manual, no particularmente buena, para qué negarlo, la cosa olía mal de lejos. Pero lo que jamás habría imaginado era que iba a presentar algo único y extraordinario: un remake no-oficial de "Vértigo" de Alfred Hitchcock. Y no lo digo en broma, pues pese a que no respeta la trama original en todos los puntos, la tesis es similar y se toma la molestia de ¡plagiar! escenas. No acaba ahí: por si alguien se perdía el tema, en cierto momento de la película vemos a la protagonista con un poster de la película de fondo, además de otro de "Nostalgia" de Tarkovski. Todo muy sutil.

La historia de esta cosa va así: una mujer pierde a su marido, y cinco años más tarde, se cruza casualmente con un hombre que exactamente igual que él. Lo que sigue a posteriori es la historia de una obsesión pero desde un punto de vista amable, centrado en satisfacer a las amas de casa o nuestras estimadas abuelas, convirtiendo la subversiva Obra Maestra de Hitchcock en un crowd pleasure de manual, al estilo Sundance. No se puede oscurecer la idea, hay que aportarle un toque ligero de comedia automascada -todos los gags giran en torno al doble sentido del--valga la redundancia- doble-, introduciendo ciertos ribetes dramáticos cuando ya no se sabe por dónde va a salir. Esto es, en un tercer acto tan bobo, tan afectado, y desaprovechando de forma tan descarada el trabajo de Ed Harris y Annette Bening, que roza lo ridículo; bueno, no lo roza: cae de lleno en ello. Para intentar darle empaque al total se introducen flashbacks de todo tipo, alternándolos con las escenas del presente y fundiéndolos inocentemente como si así la cosa fuera más profunda.

Al final es imposible enfadarse con una película así. Podría haber sido una dramedia romántica de manual pero tiene los santos cojones de tocar un clásico y salpicarle de mierda de forma intermitente. Y mientras se visiona, en posición de 'facepalm', es imposible no querer ver hasta dónde llega el homenaje-plagio-tributo. No muy lejos pero eso es otro cantar. Una mediocridad que probablemente encante a mucha gente cuando se estrene en cines en España (¡porque se va a estrenar, esta sí, pero "Warrior" (Gavin O'Connor, 2011) no!). Conste que tampoco es algo tan infecto como "Precious", pero vaya, si os la tomáis muy en serio... os puede poner de mala leche.