Woody Allen es un personaje particular. Todos sabemos que es dueño de un peculiar sentido del humor que causa "gracia", una gracia elegante quizás, no risotadas ni carcajadas con dolores de estómago pero si le saca una sonrisa al intelectualoide, al esnobista, al "culto", al cinéfilo, en fin, a los seres más despreciables y bajos que este mundo pueda contener, peor que los delincuentes o los criminales: LOS ESNOBISTAS; personajes, o más bién, una fuerza moral, estética que etiqueta o evalúa aquellas películas o cuadros o discos o cualquier manifestación artística que el medio (no el mainstream, siempre el underground) muy asiduo a parafrasear palabras en inglés - el más claro ejemplo es snob - que la mayor parte de las veces no entiende ni comprende las obras o no puede ver más allá de lo que el medio (underground, recordemos) dice acerca de la obra en cuestión y adquiere valores y puntos de vistas estéticos ajenos. Pues bién, el esnobismo siempre va asociado a la sobrevaloración, y ésta película de Allen es un claro ejemplo de aquello. Woody (protagonista el muy narcicista) una vez más se esconde bajo el personaje del hombre feo, nerd, flacucho y semi-calvo pero "encantador", con un relativo éxito con las mujeres, algo torpe y charlatán que se ve envuelto en dilemas sociales. Con una supuesta profundidad y estética (de la que carecen) el nerd ataca de nuevo. Trama Pobre, aburrida, poco interesante que trata de transponer la ciudad de fondo. Uno de los más claros ejemplos de sobrevaloración.