Guardaba bastantes expectativas en esta obra sobre los miedos infantiles (la oscuridad es el más terrible de ellos), ya que el cortometraje en el que está basada me parece magnífico, y vislumbraba que su director podría ofrecer una historia de terror narrada con originalidad, pero me ha defraudado intensamente.

El guion --más que guion, parece el borrador de un guion-- va dando saltos sin fluidez narrativa --únicamente apuntes más o menos afortunados--, dejando elipsis argumentales por los rincones. Y así, la historia, además de manida, resulta muy deshilachada .
El miedo y la sorpresa --claves del cortometraje que sirve de sustento-- apenas existen; y no se aprecian --quitando la buena secuencia de apertura-- imágenes de verdadero impacto o tramos de estimable tensión.
Los personajes son típicos y tópicos. Los actores asumen un distanciamiento (o son incapaces de crear una cercanía psicológica) y no consiguen transmitir comportamientos sentimentales para que el espectador se sienta identificado con ellos, algo que es fundamental en este género cinematográfico.
Y casi todo el hilo dramático transcurre en dos únicos escenarios de interior, lo cual, junto a su metraje,1 h 16 m, otorga una factura técnica que se acerca peligrosamente a la de un telefilm, con el agravante de que bastantes de esas cintas realizadas para la televisión poseen mucha más tenacidad (aunque no lo logren) en inquietarnos que esta "Nunca apagues la luz".
Solo la unidad introductoria de la película, como he señalado --con los minutos que se desarrollan en un sótano, hacia el final-- es digna de mencionar por su brillante planificación y eficacia, y anunciadora de promesas que luego, desgraciadamente, no se cumplen del todo.

Visto, en fin, ya muchas veces. Por lo que la novedad que se esperaba, dada la maravillosa idea que propone el cortometraje y la supuesta garra del director, se colapsa en buena parte y solo se contempla en la pantalla un marco medio vacío. Pero, a pesar de ello, guarda su interés.