Plaza ha demostrado ser capaz de ver el terror desde dos puntos de vista bien diferentes. Lejos de aquella frenética saga de “REC” en la que la cámara se movía sin descanso buscando la acción en primera persona, “Verónica” es mucho más pausada y reflexiva. Con el tiro de cámara bien colocado buscando todos los ángulos posibles, espera la acción como hace la protagonista. Son dos formas opuestas de crear terror nacional. Lo mejor es que ambas posibilidades son totalmente válidas.

Este es un terror conocido no solo hacia un ente externo, sino uno mucho más cercano y familiar hacia sí misma y las circunstancias que rodean su exitencia. Y de este miedo es muy difícil huir. Para la protagonista, una excelente Escacena, el miedo cotidiano es despertarse cada día sabiendo que será casi igual que el anterior, y así se va hundiendo poco a poco. Plaza narra especialmente bien esta parte, la de una adolescente que sucumbe ante la presión de hacerse mayor casi a destiempo.

La película tiene la virtud de ir creciendo poco a poco, sin prisas, pero manteniendo siempre un constante ritmo al son de una banda sonora liderada por Bumbury. Siempre se mantiene oscura y tenebrosa, pero durante su primera mitad se atisba todavía cierta luz que desaparece por completo cuando se acelera su desarrollo y se acerca su resolución, Haciendo uso de sencillos recursos como presentar a misteriosos personajes secundarios (esa enigmática monja que tanto promete) o revelar detalles a cuentagotas, “Verónica” presenta un terror costumbrista que atrapa sin remedio y que, sobre todo, convence por completo.