Esta tercera entrega de la saga es la primera que, realmente, comienza a abandonar ese tono más infantil para empezar a sumergirse en uno más juvenil y que explora, de forma sutil, problemáticas del mundo más adulto.

En este caso, y bajo la maestría de Cuarón a los mandos de la cinta, la peli plantea temas tan interesantes cómo la discriminación, las apariencias, la violencia, la sed de venganza y los problemas psicológicos. Y lo hace, eso sí, manteniendo ese tono mágico que es tan característico de toda la saga. No llega a saltar sin red porque tiene en cuenta a su público, pero si que se atreve a poner los temas encima de la mesa.
La película sigue siendo una cinta de aventuras, pero los toques dramáticos van ganando poco a poco su espacio para darle una profundidad al guion mucho mayor de la que tenían sus dos predecesoras.

Además, a nivel visual la cinta utiliza recursos bastante curiosos (por ejemplo, los cambios en el sauce boxeador para delimitar la estación de tiempo en que nos encontramos) y los mezcla con los ya clásicos de la saga como esos momentos volando o esa relación tan entrañable que une a algunos de los personajes.

En definitiva, estamos ante una de las mejores película de la saga, sino la mejor y ante una demostración de que se puede hacer un cine excelente aunque tengas que respetar un tono más ligero del que te gustaría por el público al que va dirigido todo ello.