Me resulta difícil comentar esta peli sin hacer referencia a la obra literaria en la que está basada, los tres primeros libros de la serie de Daniel Handler, uno de los mayores genios de la literatura juvenil de estos últimos años. Evidentemente, nos puede hacer pensar en el universo Potter (para mí, muy flojo en lo literario y aceptable en lo cinematográfico), y, sobre todo, en el goticismo naïf de Tim Burton; este último y el propio Gorey beben de la misma fuente estilística y estética, el ilustrador Edward Gorey.
Brad Silberling dirige con buen pulso un guión con altibajos de Robert Gordon, en el que la dimensión narrativa queda subyugada bajo el poderoso aporte estético de la fotografía del mejicano Emmanuel Lubezki (que ya dominaba el "gótico" tras su colaboración con Burton en Sleepy Hollow, y que posteriormente nos dejaría, junto con su compatriota Cuarón, esa maravilla de Hijos de los Hombres), junto a una prodigiosa dirección artística bajo la batuta de John Dexter.
También es interesante el trabajo de Jim Carrey en el papel del malvado Conde Olaf, un rol que le viene al pelo para explotar con tino todos sus histrionismos, Otras estrellas pasan por la peli ofreciendo cosillas agradables, como Meryl Streep, quien borda a la tía Josephine o Jude Law, la voz del narrador, aparte de los cameos habituales como el de Dustin Hoffman. Creo que los chicos que encarnan a los huérfanos Baudelaire están correctos, pero se desaprovecha bastante el abanico de posibilidades que ofrecen sus personajes, sobre todo para quien haya leído los libros.
Lo mejor, los créditos finales, que me los han escamoteado la segunda vez que vi la peli, en televisión (es una falta de respeto total por parte de los programadores, que podrían ver lo que emiten de vez en cuando, sobre todo para no cortar inadecuadamente una obra como en esta ocasión).