Hagan apuestas. Me juego el cuello a que del 30% de audiencia que consigue esta serie el 29% por ciento estaba haciendo zapping, o le daba pereza cambiar de canal, o no tiene más remedio que aguantarla... a nadie le ponen una pistola en el culo para que preste atención a la televisión, eso seguro.

Yo soy Bea no parte de una idea original, ni siquiera los personajes son originales. Pero he ahí el quid de la cuestión: ¿qué hace que millones de espectadores la sigan día a día, aún careciendo de alicientes para el público? Pues poco les voy a desvelar que ustedes no hayan concluido ya: a las personas les gusta verse reflejadas en televisión, compartir algún sentimiento o inquietud con los personajes, complicidad...y Yo soy Bea tiene mucho de eso.

Todos los personajes son necesarios en la serie. Es obvio que todos y cada uno de ellos son una muestra exagerada (y no demasiado en algunos casos) de los tipos de actitudes que existen en la sociedad: el consumismo, los estereotipos, la falta de humanidad, la bondad...quizá no plasmados de una forma inteligente en los diálogos, pero sin duda es la pretensión. Añadiría incluso que el alargamiento de la serie, dejando al margen lo económico, ha servido a los seguidores para querer a Bea tal y como es, y que el objetivo no sea verla guapa sino aceptarla.

No es una serie brillante ni mucho menos, pero engancha. Es fresca y la franja horaria en la que se emite es el idóneo. Tiene personajes con los que nos reímos y nos sentimos identificados. Es como el cuento de la Cenicienta y a todos nos gustan las historias de princesas. No se asemeja a la realidad, pero tampoco puede pedírsele a una telenovela. Es entretenida.

Lo curioso de este tipo de series es que de las muchas críticas negativas que obtienen, la mayoría sale de la boca de gente que la ve normalmente. Yo veo Yo soy Bea a diario, y no me considero tercermundista, ni cateta ni tonta; está ahí, y verla simplemente es una opción.

Pasable.