La primera mitad inspira vergüenza ajena. Gira en torno a treceañeros cabezas huecas que dedican los días a masturbarse al ver pasear por el pueblo a una mujer. Todo ello, acompañado como no con zafios comentarios y salidas de tono que resultan poco agradables a un público mínimamente adulto. Dicho de otra forma, no se me ocurre el atractivo que pueda tener ver a esos unos niños idiotas tan desagradables babeando por una mujer en unos episodios con tan poco gusto y sentido común, eso por no hablar de los lamentables diálogos. Digo niños porque en ese colectivo entra el protagonista, el elegido, un niño con demasiada imaginación que va más allá de la enfermiza actitud del pueblo, dedica el día íntegro a perseguir a la mujer cual pervertido acosador en su inefable bicicleta, y por las noches espía su hogar, autoerigiéndose en su protector imaginario, pareciéndole mal que otros hombres entablen contacto con su Diosa. Y eso es, digo, lo que tiene que parecerle al público bonito, ¿no? Pues a mí me produce arcadas. Porque lo de los embrutecidos personajes adultos es ya harina de otro costal, lamentable costumbrismo con unas caracterizaciones que saldrían perdiendo en credibilidad en comparación con cualquier personaje de Fernando Esteso (ay el padre, infame títere demoníaco) Belucci en realidad no hace una gran actuación. El origen del supuesto mito se me escapa. La mitad de las escenas más emblemáticas son fruto de la imaginación del chaval por lo que uno se ve defraudado del todo. Su apática actitud tampoco la encuentro convincente, pues en todo ese tiempo algo podría haberles dicho a esos pequeños mandriles que sin el menor de los disimulos armaban un tumultoso corrillo soltando notorias exhortaciones sin ningún tipo de pudor.