Cabría empezar por señalar que todo lo expuesto en esta película no se puede tomar de manera demasiado seria. Constatado que no se trata de una historia realista, ciertas actitudes y observaciones sí que se antojan acertadas y la mimética con el entorno a describir es tal que absolutamente o casi todo en la película resulta desagradable, carente de interés, repleto de diálogos pedantes, absurdos, pretenciosos, comportamientos frívolos, actitudes completamente irreflexivas, estupidez, inoportunismo, nula empatía así como otras repelentes cualidades imaginables exageradas hasta el paroxismo. Pero las sutiles estocadas del director a la paciencia del espectador va, de manera paulatina, consiguiendo sus frutos, sin que éste sienta que la provocación insulta su inteligencia. Nada más lejos de lo contrario, pues la película se revuelve dentro de su propio espanto para reseñar, con mucha ironía y sarcasmo, las dolorosas carencias emocionales de cada uno de los personajes, y la conducta tan negativa que ello conlleva. De alguna manera el director traslada a la pantalla la aflicción que el espectador llega a experimentar hacia algunos de los personajes con la misma vehemencia que este quisiera anunciar. Y eso como mínimo, resulta una experiencia reconfortante. Por si todo esto fuera poco, está una Julianne Moore, más desconsiderada, atrevida e irreverente que nunca, incendiando la pantalla con cada intervención, materializando las situaciones más incómodas, justo aquellas que conforme va transcurriendo el filme, temes que pudieran suceder.