El momento en el que el entrañable y veterano sheriff hace esta suspicaz observación resume el sentido de toda la película. Lo de la novela es tan solo una excusa, un desvío, cuando lo importante en esta película no es el tipo de literatura que escriba el señor Sheldon, sino la verdadera razón que puede impulsar a alguien cometer algo así. Tras comenzar pensando que la secuestradora padece un trastorno de personalidad múltiple, con dos facetas, una amable y otra malvada, posteriormente uno se percata que es mala siempre, solo que muchas veces se hace la tonta en un posible intento de dotar de naturalidad a su cuento particular. Por tanto resulta un tanto contradictorio que declare estar enamorada de él, puesto que en un momento dado comenta que en su opinión le da todo lo necesario para que sea feliz, es decir, aunque no sea así, esa mujer piensa que le está haciendo el bien a su amado cuando en otros momentos uno tiene la firme convicción de que es una desalmada sin paliativos. Aunque este inciso no esté del todo aclarado el motivo del mal se encuentra en la soledad, que ha derivado en la intromisión, la cual a su vez ha degenerado en conducta psicopática, al ser ese el único acceso por el cual poder desarrollar una válvula de escape (asesinatos previos), o conseguir una relación intima (o lo que se entienda por ella, tras tanto tiempo en desuso es una práctica que como cualquier otra no ejercitada, se olvida, deformándose incluso la concepción que se tiene sobre ella, -¿o acaso es casualidad que el factor sexual ni siquiera se mencione?). Lógicamente una experiencia así resulta inolvidable, como bien sentencia el desenlace. También para el espectador, que asiste a una escalofriante y opresiva situacion en lo que se divierte pensando como intentaría él escapar de ese monstruoso lugar, habitado por esa especie de profesora de Matilda (clara inspiración la de DeVito en el 96) con el gen asesino como rasgo psicológico imperante, desprovista del menor ápice de misericordia.